Si de Rajoy tomamos la caradura y la capacidad de fingimiento, de Soraya el entusiasmo juvenil, de Cospedal la frialdad, de Floriano la inanidad, de Arenas el desparpajo, de Aznar la soberbia, de Rato la prepotencia tramposa, de Aguirre la verborrea, de Mato la inepcia, de Fabra la jeta, de Gallardón la moralina, de Bárcenas el trinque, de Botella la ignorancia y de Blesa el dandismo trasnochado, y con todos esos elementos de estos cadáveres políticos en mayor o menor grado, construimos un nuevo ser en el laboratorio de FAES y a ese cuerpo le insuflamos el aliento vital de estos gobernantes, a través de una descarga de alto voltaje del sector eléctrico, en el que tantos intereses tienen sus responsables, obtendremos, sin duda, y sin margen de error, un Francisco Nicolás, ese muchacho que dice ser amigo del rey y agente del CNI, al que le gusta figurar en todo tipo de eventos al lado de los personajes más conspicuos de la derechona nacional y cuyo objetivo final era, presuntamente, el de timar y estafar a quien se le pusiera por delante. La fábula de Mary Shelley sigue de plena actualidad cuando está a punto de cumplir dos siglos, solo que ahora el doctor Frankenstein es el PP, los donantes de sus rasgos son políticos periclitados o a punto de estarlo y el monstruo que generan, un jovencito que lo único que quería en realidad era parecerse a ellos.

Hasta ahora, los jóvenes querían emular a los deportistas, a los artistas, a los empresarios de éxito y, algunos, incluso a los escritores y a los científicos. ¿Qué quieres ser de mayor?, se solía preguntar a los chavales. La mayoría quería ser Cristiano Ronaldo, Messi, Rafa Nadal o Marc Márquez. Eso era lo usual. Pero, de pronto, ha surgido la posibilidad de nuevas opciones, al amparo de lo que sucede hoy en España. Por eso no tiene nada de extraño que un joven responda a esa pregunta diciendo que de mayor quiere ser un corrupto de éxito, profesión lucrativa donde las haya, que no requiere otra formación o aptitud que el engaño y el robo, y cuyo mayor riesgo, la cárcel, siempre es asumible, a la vista de las piadosas penas y de que el botín suele quedar a buen recaudo. Si algo puede imputársele al pequeño Francisco Nicolás, un cachorro de Nuevas Generaciones, es haber querido parecerse a sus mayores. El no es más que la obra del moderno doctor Franskenstein en que se ha convertido, y no solo ella, esta derecha.