El colegio no siempre es un remanso de paz ni la niñez y la adolescencia unos oasis de placer donde padres y madres creen a sus hijos sin peligro alguno. A veces, desgraciadamente cada vez con mayor frecuencia, estos entornos que deberían servir para la instrucción y el aprendizaje y conocimiento de valores con no pocos momentos para la amistad, el compañerismo y el entretenimiento, se convierten en territorios hostiles. Hostilidad de personas sobre otras personas. Cuesta trabajo creer que niños y niñas de tan corta edad puedan transformarse en auténticos monstruos y hacerles la vida imposible a los demás por medio de insultos, vejaciones, agresiones y acosos. Los expertos se afanan por entender el conflicto y aportan explicaciones genéticas, socioculturales, económicas, incluso religiosas, pero lo único cierto de todo esto es que hay niños y niñas, adolescentes, algunos jóvenes, en nuestros colegios e institutos que, siendo felices, son muertos en vida, debilitándose poco a poco y recibiendo un sufrimiento que soportan en silencio y con miedo. Lo peor es que se sienten culpables e indefensos ante sus maltratadores y sus propias familias. No siempre es culpa de familias desestructuradas o demasiadas horas frente al televisor. Y, además, es que no importa tanto la causa como salvar a las víctimas cuanto antes, salvarles de semejante infierno y castigar a los culpables. Que los investigadores sigan investigando y las Administraciones creando protocolos de actuación ante tanta violencia física y psicológica, pero los progenitores y profesores deben tener, como sea pero cuanto antes, la seguridad de que cuando sus niños y niñas van y están en el cole, no van a la guerra. Dicen los más mayores que antes no sucedía esto. Sí que sucedía. Era menos visible, a lo mejor lo casos no eran tantos, tal vez la autoridad de los docentes era más rigurosa, pero al cojo, al que tenía joroba, la nariz o las orejas grandes, un problema de estrabismo o llevaba gafas, lo poco que le podía suceder era que se rieran de él llamándole cojo, chepa, orejones, narizotas, tuerto o gafitas cuatro ojos capitán de los piojos. Si al insulto a esas edades le añades los golpes, los empujones, las amenazas, los robos y otras crueldades, hay un problema de acoso escolar que entre todos debemos extirpar.