Ha sido un verano de fauna salvaje, de bicherío activo, de animalada incontrolada. No sabemos si para el invierno volverán las oscuras golondrinas de tu balcón sus nidos a colgar y los gatos a los islotes del río para que la gente, en un arranque de inútil y perniciosa bondad, lance, Dios no lo quiera, bolsas de comida y otros desperdicios a la habitual colonia que allí queda atrapada, pero el verano comenzó con la feria de San Juan y el rechazo político al circo con animales, salvajes por supuesto, y, quién sabe, si esa será, también, la condena a los ponis pachones, quedando aparcado, por ahora, el controvertido asunto taurino. Veranear en Badajoz nos trae experiencias únicas y enriquecedoras. Las ratas, en sus diferentes proporciones, se han paseado en libertad por lugares poco habituales como San Francisco, Castelar, la calle Mayor o la plaza de la Soledad. No se sabe si por los calores, la pérdida de miedo y respeto a la raza humana o un descuido en su exterminio (supongo que con el asunto de las ratas estaremos todos de acuerdo) pero lo cierto es que las ratas se han puesto de moda. Como las cucarachas, que nunca dejaron de estarlo y que también se han observado en exceso. Mas la joya de la corona del bicherío local han sido los gansos, patos o como quiera que se llamen que han tomado por asalto el parque del Guadiana y cuya colonia aumenta exponencialmente creando ya un problema real de salud y seguridad pública. La salud, por un crecimiento invasivo de población que multiplica sus deposiciones y hace que los excrementos alfombren vías, jardines, bancos y bares, además de destrozar el césped y ensuciar la zona a lo que, contribuyen, los ciudadanos poco civilizados que, en contra de la prohibición expresa, los alimentan. La seguridad, porque dejarlos sueltos no es sinónimo de tranquilidad y permitir que los niños vayan tras ellos puede provocar una reacción inesperada y dolorosa o un accidente innecesario entre los que corren, caminan, montan en bici o patinan junto a tanto ganso suelto. Lo que comenzó siendo un divertimento, un juego, una inocente atracción se ha convertido en un problema que no deja de crecer y que, si no se ataja cuanto antes, dará más de un dolor de cabeza. O un picotazo, con su correspondiente reclamación de daños.