Que paguen, aunque no sea mucho, pero que paguen. Eso me alegra. Les auxiliamos cuando estaban en peligro de ahogarse y, una vez a salvo, se quedaron con los botes y nos dejaron a merced de las olas. Nosotros les dimos cuando lo necesitaron y ahora ellos no dan a quien lo necesita.

La banca siempre gana. Ese es su negocio y está bien, pero una cosa es ganar y otra es meterte directamente la mano en el monedero cobrándote comisiones por todo. Por eso me alegro de que el ayuntamiento esté preparando una ordenanza para que paguen por los cajeros que tienen situados en las fachadas. Si los ciudadanos pagamos por balcones y voladizos, es decir, por el vuelo del bosque urbano, los bancos deben pagar también por tener sus negocios abiertos en las fachadas, mientras los clientes taponamos y pisoteamos la vía pública convertida en oficina gratuita.

Está bien que paguen y, al menos así, nos devolverán algo.

No estaría mal echar el candado a nuestra vida y cerrarles la puerta. Lo he pensado, le he dado vueltas, pero no encuentro la manera de evitar a los bancos. Para todo necesitamos su intermediación, a no ser que nos llevemos el dinero de la nómina a casa y tengamos tiempo para ir personalmente a pagar los recibos. Estamos atrapados y no podemos escaparnos del goteo de apuntes de comisiones y gastos. Por eso me alegro de la ordenanza que prepara el ayuntamiento. Aunque no sea mucho, que paguen. Tiene razón el concejal de Hacienda al decir que es un gesto, pero no solo político sino también ciudadano. Un gesto de rebeldía, e incluso de rabia, para que sepan que también nosotros podemos imponer nuestra norma y cobrarles, aunque solo sea por tener un cajero mirando a la calle.

Les dimos cuando lo necesitaron y luego se llevaron los botes. No nos los han devuelto y ni tan siquiera nos lanzan unos tristes flotadores.

Que paguen y si nos quieren repercutir la tasa, habrá que llevarlos a los tribunales.