Periodista

El río Guadiana, también el Gévora, Caya, Rivillas, Calamón, todos parte del paisaje urbano de esta ciudad fronteriza lusogitanopacense del suroeste ibérico, volverá a importar a la gente que en otro momento le dieron la espalda, alentados por la dejadez oficial y la cara dura --cuando no latrocinio-- de unos aprovechados, que han permitido o provocado que se pudran sus aguas con vertidos vomitivocontaminantes y extracciones bulímicas de su fondo.

Cuando un río se queda sin vida, se horadan pozos que tragan personas en verano, sus orillas se vuelven pestilentes y sus riberas aceitosas e inhóspitas y cementerio de peces, la gente huye por razones de higiene y salubridad, por superviviencia.

Muchos nos hemos quejado de cuánto se ha dado la espalda al río, y con razón. Pero no la gente. No es algo casual que ocurre sin más. Hay responsables con nombres y apellidos, propietarios o gestores de industrias, fábricas y empresas físicas, personales o jurídicas, y cargos de todo grado y nivel que han hecho la vista gorda o se han aprovechado y hecho que el río, los ríos mueran.

La Económica prepara otras jornadas sobre el Guadiana; las administraciones, siempre tan lentas, proyectan --v o y v o l a n d o-- actuaciones, esperemos que con más sensibilidad; hay estudios sobre la riqueza del río que son cada vez más numerosos e interesantes y ahora sólo falta que esté limpio, que sea accesible, que vuelva a ser, sino un paraje idílico --sería el único idílico en nuestras vidas, y no me refiero a la naturaleza--, al menos habitable. Pero lo que sería supermegaguay es que fuese navegable, aunque sólo sea hasta Alqueva, de momento.