La hipocresía, la equidistancia, la travesura, la perversidad, la manipulación o la duda en su sentido más laxo forman parte de nuestra cultura. Desde la cuna, aprendemos a convivir con el mal en todas sus manifestaciones y hay quienes deciden emplear todo su esfuerzo y entusiasmo para convertirse en auténticos maestros del lado oscuro. Sucumben a la tentación sabe Dios por qué íntimos motivos pero que acaban dando tumbos por el mundo y haciéndole la vida imposible a los demás, al tiempo que se afanan por demostrar que siempre pueden avanzar un paso más en su deriva de incoherencia y ambición.

Shakespeare, Guillermo para los amigos, retrató en su obra personajes universales cuyas tipologías aún siguen sorprendiéndonos por su cercanía, desde Hamlet -que, más allá de reflexivo y meditabundo, encarna la duda permanente- hasta esa colección de traviesos, malvados y perversos que harían temblar al más fuerte. Entre los primeros, Puck o Falstaff, a veces bufones, a veces cantamañanas. Para malvados, que hacen el mal sin caer en las consecuencias, en ocasiones casi casi por diversión, la reina del asunto es Lady Macbeth aunque, a muy poca distancia, les seguirán Shylock, Claudio o Iáchimo. La categoría superior pertenece a los perversos, aquellos con un punto maquiavélico en sus acciones, conscientes de ser unos manipuladores y es aquí donde aparecen Yago, Ricardo III, Regania, Gonerilda, el duque de Cornualles, Edmundo, Aarón y Tamora. Como personajes fronterizos entre la travesura y la maldad encontramos a Feste y Sir Toby y entre la maldad y la perversidad a Ricardo II.

Shakespeare, ¡ay que ver cómo era Guillermo!, deja claro que serán el deseo, la venganza y la ambición lo que llevará a estos personajes a las más inmundas cloacas de la maldad y pone en boca de Macbeth una de sus más ricas sentencias: «La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa». Será Umberto Eco, por boca de otro Guillermo, de Baskerville por más señas, quien concluirá con rotundidad: «Huye de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia». Y es que, no siempre, en el nombre de la rosa, podemos escuchar algo sensato.