En las escaleras de la Sorbonne se despidieron dos amigas, una que renunciaba a seguir estudiando por la presión del matrimonio y otra que consiguió su título de profesora de Filosofía en segundo lugar, después de Sartre. Se fue a París y acordaron admitir solo distracciones sin complicaciones, que no interrumpirían, ni mancillarían su amor, absoluto, apasionado, sin mentiras. El crecimiento de Simone fue fraguándose no a su sombra, sino a su lado. En el Café de Flore fumaban, bebían, emborronaban papeles, manchaban sus dedos de tinta, reían y discutían, arañándose a veces.

La creatividad se desbordada como la espuma del café crème. Un párrafo ávido, rasgando el plumín hasta los márgenes, y después, al levantar las miradas, al descubrir el privilegio de estar juntos, se beben a sorbos profundos una carcajada, una gota de sangre por un mordisco en los labios que se seca con el pañuelo de Jean-Paul.

Ella estudia a las mujeres, las que se quedaron en el camino, las burguesas de entonces, acomodadas y complacientes, y a las que abrieron camino. A través de ellas llega a pensamientos útiles hoy en día, alegatos dignos de ser esgrimidos en la Asamblea de Naciones Unidas cuando se trata de ablación femenina, de tráfico de mujeres, de matrimonios concertados, de salarios más bajos por la misma labor, la imposición del velo, la prohibición del divorcio, de conducir, de votar, o de ir a la universidad, de encarcelamiento por su identidad sexual, de la ejecución por adulterio, de la imposibilidad de contratar o poseer bienes propios, de las violaciones sistemáticas, impunes, del maltrato y el miedo de andar por la calle solas, de tener que soportar tocamientos en el metro, de los despidos o no contrataciones por la posibilidad de ser madre … de la falta real de igualdad de derechos.

Conductas de antaño que persisten, por lo que, aunque lo conseguido en nuestro mundo parezca suficiente, sigue siendo necesaria la denuncia y es imposible el conformismo que combatía Beauvoir, porque el feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente y porque, como decía Woolf, No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.