TSté que es políticamente incorrecto estar de acuerdo con cualquier cosa que nos llegue desde el otro lado del charco , y seguro que los devotos seguidores de Todos los Santos no comparten mis gustos, pero confieso que me encanta el ambientillo que se monta con Halloween.

Ya sé que la americanada supone un gasto extra en el mes de noviembre, sobre todo para aquellos que tenemos niños en edad escolar o chavales jóvenes en casa, pero pensemos también en los vendedores de disfraces, los dueños de locales de ocio y todos aquellos sectores económicos que ven cómo sus locales tienen tanta aceptación estos días como las floristerías y los Campos Santos.

Porque en una sociedad cada vez más asqueada de los extremos y tan deseosa de ver la amplia gama de colores que se extienden entre el negro y blanco, estoy segura de que la mayoría sabe conjugar el disfrute de dos celebraciones que aunque lo parezca no son tan diferentes: o es que ambas no suponen un negocio para quienes lo explotan y en las dos se acude a locales o espacios convertidos en patéticas y tenebrosas fiestas.

En cualquier caso, nos guste o no, Halloween es una moda cada vez más extendida en España. A mí me resulta divertida la colección de disfraces y accesorios que se pueden ver estos días en las tiendas. Desde el simpático traje de bruja o vampiro, hasta los calderitos de pociones mágicas convertidos en cestas para que los niños hagan acopio con el truco o trato.

Nada que ver, eso sí, con los originales gustos de los creadores de la fiesta o el sentido crítico que ha adquirido en los últimos años las celebraciones de Halloween en Estados Unidos. Allí el disfraz más buscado estos días es el de una istriónica Lady Gaga , o las deformadas caretas de Obama o Hillary Clinton . Incluso algunos se van a calzar el uniforme de la British Petroleum por todo lo que está pasando en el Golfo de México. Y es que siempre se ha dicho: hay que temer más a los vivos que a los muertos.