TLtos policías locales fueron los grandes héroes de la jornada. Aguantaron estoicamente los gritos indignados de los conductores. Era el día sin coche y numerosos vehículos se amontonaban en puntos neurálgicos, atrapados en un círculo infernal por el corte al tráfico de la avenida de Huelva. Los agentes encargados de la operación recibieron los gritos y exabruptos de los desesperados conductores que intentaban transitar por el ancla, la fuente de la Constitución, la plaza de los Dragones o el espacio ante el edificio de Correos. Caos, saturación de turismos, autobuses y furgonetas que llegaban desde Santa Marina, Ronda del Pilar, San Atón, Fernando Calzadilla y avenida de Villanueva. Quedó demostrado que no había sido una buena idea y quedó también demostrado que los ciudadanos no tenemos remedio. Ni día mundial, ni nada de nada. Desde el ayuntamiento se nos había llamado a intentar, tan solo durante unas horas, dejar los coches y subirnos a los transportes públicos, pero los autobuses iban tan llenos o tan vacíos --son formas de verlo-- como siempre y los de siempre, yo incluida, salimos por la mañana de casa comandando nuestros vehículos. Es posible que se nos hubiera olvidado lo que se celebraba pero más bien creo que no nos dimos por aludidos, que los demás esperaran en las paradas del autobús porque nosotros teníamos muchas cosas que hacer y no estábamos para chorradas.

Independientemente de que fuera buena o mala la idea del ayuntamiento, los culpables del caos fuimos los conductores que salimos a la calle sin pensar en nada ni en nadie y, como siempre, para avanzar unos pocos metros, ocupando intersecciones y pasos de peatones.

Pensé esta columna con el objetivo de criticar a quienes concibieron la manera de celebrar el día sin coche, pero la reflexión me ha llevado a cambiar a los culpables del gran atasco. Fuimos nosotros, los conductores que, además de malos ciudadanos, vociferábamos a los policías que cumplían con su trabajo, los auténticos héroes de la jornada. Quietos, callados y aguantándonos.