El mito de la caverna de Platón habla del autoengaño. Tenemos tanto miedo a descubrir y convivir con la realidad que preferimos que otros nos la cuenten, diseñen o reinterpreten. Platón trató el asunto hace más de dos mil años y ahí seguimos: los gobiernos yeye, las infinitas posibilidades de los medios de comunicación y las redes sociales, han creado una sociedad del espectáculo donde la perversión del lenguaje y la manipulación de la verdad forman parte de nuestros hábitos alimenticios. Las personas, acomodaticias por naturaleza, reciben, aceptan y se nutren de todo cuanto caiga en sus manos, en una confianza ciega en los charlatanes de feria que ocupan todo tipo de tribunas. Son más sofisticados, subliminales, más sutiles, pero, en el fondo, generan el mismo daño de siempre. Confiamos en lo que nos dicen, en lo que nos cuentan, en las imágenes que nos ofrecen, sin hacernos preguntas, porque hemos aprendido que cultura y barbarie son compatibles, que no hace falta indagar para sobrevivir en una jungla de hedonismo absurdo que nos hace olvidar el infierno que crece bajo nuestros pies. En abril pasado, el dramaturgo Juan Mayorga fue nombrado académico de la Lengua. Una de sus obras más brillantes, Himmelweg, Camino del cielo, en su línea de teatro de ideas, habla del horror agazapado tras la apariencia de normalidad. Un empleado de la Cruz Roja en un campo nazi que quiere ayudar pero no se atreve a subir por la rampa camino del cielo que, en realidad, conduce al infierno, cree en lo que le dicen, acepta la «otra» verdad, y no hace nada por combatir, por denunciar, por desvelar la terrorífica realidad. El protagonista de Himmelweg es como casi todas las personas: quieren participar, aportar, quieren hacer algo por los demás, quieren construir algo bueno, pero, puestos manos a la obra, prefieren que otros lo hagan por ellos, no son lo suficientemente fuertes como para levantar la voz y desvelar el engaño masivo al que una casta mediática y política nos somete y que acabará por intoxicarnos si no la combatimos con la verdad que desprecian y la autoridad moral que enarbolan. Bajo la apariencia de normalidad se encuentra al acecho un miserable discurso que pretende robarnos el tesoro de nuestra dignidad. Instalados en el eufemismo, lo llaman camino del cielo.