Adon Leopoldo Torres Balbás le pilló el glorioso alzamiento en Soria con sus alumnos y, después de procurar devolverlos con bien a sus casas, se presentó en la delegación del Ministerio de Instrucción Pública y le pusieron a dar clases de Historia del Arte en el instituto de la capital castellana. Cuando las nuevas autoridades se percataron de quién era no le pusieron buena cara. Pero, como era profesional reconocido, decidieron aprovecharlo. Los rebeldes atacaron Sigüenza y un artillero consiguió hacer entrar un proyectil por una ventana de la catedral y que una parte de la bóveda se viniese abajo sobre los defensores. Conquistaron la población, pero les quedó mala conciencia -¡ni para desalojar rojos estaba bien dañar iglesias!- y pensaron restaurar el templo. Echaron mano de nuestro arquitecto, que hubo de hacerlo gratis -nada parecido a los restauradores de Badajoz-. A la vista del éxito calcularon hacer lo propio en Málaga y Badajoz. La primera ciudad estaba muy cerca de Granada, en el virreinato de Queipo de Llano, y don Leopoldo se temió alguna sorpresa desagradable. Prefirió Badajoz. Y se presentó aquí, en pleno 1937. El viaje fue inimaginable: Soria, Valladolid, Medina del Campo, Salamanca, Cáceres, Badajoz -casi como ahora, pero en plena guerra-. Lo recibieron el alcalde y los señores Covarsí y Cánovas. La alcazaba había sufrido algunos daños por causa de la artillería sitiadora. Nuestro personaje estuvo tres días, tomó notas, anotó medidas y prometió acabar un proyecto de restauración, precedido de unas excavaciones arqueológicas. Quería hacer un jardín en paratas, con arriates que, aprovechando la pendiente, regasen el conjunto. Envió el proyecto y algo se hizo. De entonces data el desescombro de la Puerta del Alpendiz, obra de mi recordado -y respetado- don Jesús Cánovas Pessini. La obra salió barata, porque a los obreros, presos políticos todos, no se les pagaba o se les daba una miseria. Suerte tenían de comer y de no ir al paredón y a la fosa común.