Una carnicería, una barbería, dos cacharrerías, una ferretería, el bar del Nene, una zapatería de reparación de calzado, otro bar famoso por los peces asados, la fábrica de pan de Pepe Blanco, un conocido sastre y la vivienda donde se criaron los Domínguez, de los Muebles Domínguez. Estos eran algunos de los 27 negocios que llegaron a funcionar en la calle Concepción Arenal, cuando era una de las principales vías de la ciudad, hace tan sólo 20 años.

Eran 27 "y todos comíamos", recordaba ayer Juan Moreno, que junto a su mujer, Soledad Jaramillo, regentan desde hace 40 años una carnicería, la única tienda abierta en una calle que, aunque céntrica, es pasto del abandono y del saqueo. De las 97 casas, 4 están habitadas y la mayor parte de las restantes son refugio de toxicómanos y focos de ratas.

Entre los inmuebles abandonados está el convento de las Trinitarias, que dejó de estar ocupado en 2001, cuando se marcharon las últimas monjas, porque resultaba un edifico incómodo para las hermanas, de avanzada edad, pero también se dijo que el motivo era la problemática del entorno.

Las promotoras

Los pocos vecinos que hoy quedan se quejan de que buena parte de los inmuebles han sido adquiridos por promotoras que no se acaban de decidir a construir. De hecho, el convento fue comprado por una constructora de Olivenza que proyectaba viviendas, pero no ha iniciado las obras. Asegura el vecindario que se ha convertido también en refugio de drogadictos, que ya se han llevado todo lo que han podido de lo poco que dejaron.

Cuentan incluso que han sacado una pila bautismal de hace varios siglos, y lo último, una enorme bañera con la que formaron gran algarabía, hasta que lograron sacarla a la calle por la puerta. Protestan porque por las noches no pueden dormir, por el escándalo que forman en las casas donde se meten.

Aseguran también que de la casa del sastre, cuando éste murió y la viuda se marchó, se llevaron cuanto pudieron. Lo mismo ocurrió en la fábrica de pan. "En el momento en que faltas dos días de la casa, ya los tienes dentro", afirma Juan Moreno. "Conforme se muere alguien, los herederos tienen que venir a recoger los enseres, porque al día siguiente no queda nada". Tal es el desasosiego, que Antonia Melara y su vecino tuvieron que pagar de su bolsillo la clausura de la casa de enfrente.