La madrugada se revuelve entre las sábanas y no se deja convencer para volver a dormir. Se contrae en espasmos, humedece las almohadas que acaban en el suelo. Apenas permite recobrar el resuello, porque la ausencia de referencias, la cama desconocida, la orientación desvariada, como el ánimo, agita la respiración y acrecienta la sensación de desconsuelo. No sabe dónde está el interruptor de la luz, ni el límite del colchón, que busca a tientas para asirse al borde que le ayude a incorporarse. La soledad es lo que parece dar pavor cuando uno piensa en enfermar en la habitación de un hotel. Lejos de casa. Y sin embargo, solo acecha cuando el dolor remite, cuando el miedo se ha domesticado, cuando los nervios que se atrincheraron en los músculos del cuello y en la boca del estómago, perciben que lo peor ha pasado. Entonces el sentimiento nos sorprende, nos coge a traición, por la espalda. Hecho un ovillo el cuerpo busca el calor que se le escapó, acomodando las mantas al costado, estremecido, haciéndole creer que es otro el que le acuna. Durmiéndolo por fin, reconciliándolo con las horas de la mañana. Muerte en Venecia, de Thomas Mann, se inspiró en la de Wagner, que enfermo y agotado por su Parsifal, había buscado refugio en el Hotel Palazzo Vendramin. donde lo que encontró fue la muerte. En el Hotel d’Alsace en París, Oscar Wilde, borracho, delirante, murió escribiendo maldiciones, exhausto de vivir. Coco Chanel volvió de un largo paseo y subió a su habitación del Ritz temprano. El corazón se le paró muy cerca de su boutique de la rue Cambon, pero lejos de todos, sola. A Dorothy Parker solo la acompañaba su perro y una botella cuando murió en su hotel del Upper East Side, porque el mundo había cambiado sin ella, olvidándola. Los hoteles albergan encuentros y despiadadas soledades, noches de pasión y amaneceres en vela. Monstruos que acechan bajo la cama, rumores inconfesables que acallan y distraen el ruido de la vida fuera, pero que resuenan en el silencio de sus habitaciones. «Qué amores han morado aquí, qué desesperación perdura, qué niños nacieron aquí, qué dolientes lo abandonan, qué sosiego y lamentos estas habitaciones conocen».