Sevilla anda vistiéndose de flamenca. La ribera hispalense nos llama y nos pregunta. Es la hora de la luz y del azahar. ¿Acaso no vienes? Y en esto que no hay billetes. Imposible lo de las entradas. Que hacen un poder por doscientos cincuenta euros. Mejor no molestar, pensé yo. Media vuelta de tango, que hoy no toca pasodoble.

Pero el cartel es el de la feria. El que hay que ver. ¡Que pare la máquina!

Séptima de feria. Morante . Morantito. Cid . Mío Cid. Y los victorinos, que vienen cárdenos. Es el gesto de dos toreros grandes. En abril y en Sevilla.

Compartiendo cartel con otro grande. Y pidiendo el encaste difícil. Por eso es el cartel de la feria. Por eso es uno de los hitos de la temporada. Por eso hay que estar. Porque Sevilla espera que su profeta abra las aguas del Guadalquivir y cruce el río camino de la calle Betis. Porque ya hay romero a los pies del Gran Poder.

Aún aturdido alguien recuerda que hay tele. Nunca me han gustado los toros en la tele. Los toros son el antes y el después. Los aromas y las miradas. Las mujeres bonitas y los hombres valientes camino de la plaza. Ese cafelito en Los Tres Reyes . Claro que eso era antes, que ahora el huracán de lo nuevo, por arte de birlibirloque, ha puesto, donde antes había un santuario de la tauromaquia, un Quentuqui Chiquen . Bueno, un cafelito donde sea, pero cerca de la Puerta del Príncipe. Y esa columna maestrante que no te deja ver. Y no pasa nada, porque a la Maestranza se va a soñar, que eso de ir a ver es como mutilar el alma. Cosa de gente villana. Sol y moscas. Por y para siempre.

Son las nueve. Llaman de Sevilla. Telegrafían. Sol radiante. El Boni y Alcalareño temprano por el hotel. No se sabe nada del Pirri. Los toros en chiqueros. Entradas a mil quinientos euros. ¡Uf!, digo yo.

De mi congoja me rescata Samuel González . Tiene el rumbo de convidar al tendido imaginario instalado bajo la carpa de ese su magnífico restaurante que es El Horno . Un poco pacense, un poco navarro. Navarro, como las castas antiguas. Y voy. Menú de sidrería, dice. Y cumple con largueza. Terminamos de comer.

Salimos de Navarra y, en un ave sin revisor, nos plantamos en Sevilla. Enciendo un Montecristo Edmundo gentileza de la casa. Suenan clarines.

Destacó en el paseíllo, sobre todos, el sastre de Morante. Rojo y azabache.

Capote de luto para el mal fario. El Cid de blanco y oro, más del común. Todo un presagio de lo que luego pasaría. Mientras José Antonio dibujaba su cruz en la arena sonó la banda del maestro Tejera casi por única vez en toda la tarde.

Y se abrió la puerta de chiqueros. Los victorinos no llegaron a terciados.

Recogidos de cuerpo, que decían los antiguos. Como a posta para Sevilla.

Encastados sólo a medias. Difíciles como siempre. Reservones, rajaditos, y orientados como nunca. Guasa tuvieron todos.

Morante recibió a su primero con lances primorosos, sobre las piernas y sacando los brazos, como los de antes de la guerra. Bien. Luego el bicho se lo puso difícil. El de la Puebla no se escondió y tragó. Pero acabó macheteando. En su segundo estuvo por debajo del toro. Le pedía bajar la muleta y no quiso. No le encontró el sitio y el toro ganó la pelea. Al final se oyeron pitos. El milagrito vino en su tercero. Nos regaló verónicas para el recuerdo, como quien regala rosas. Ganando terreno y terminando en los medios. ¡Ay José Antonio! Uno, que ya es joseantoniano, va camino de acabar siendo morantista. Hubo en esos lances, a partes iguales, pureza y poderío. El público se puso en pie. También en Badajoz. ¡Qué bonitos los delantales del quite! Luego, la nada. Con la muleta equivocó el pitón potable y hubo mucho mantazo sin rima.

Mientras voy charlando con Antonio Salas , magnífico aficionado. De concepto sevillista. Cada uno a su aire. Que yo el encaste sevillano me lo dejé entre Bidebarrieta y Artecalle. Pero aun así, ¡me duele Morante! Y le canto como Sevilla canta a su Cachorro. "Para pintarte, Cachorro, la pintura se acabara, los pinceles murieran sin que tu color llegara".

El que sí llega es Julio Parejo , con el don divino de la juventud. Ver una corrida con un torero tiene lo suyo. Ve lo que tú no ves. Y te hace ver cuán injusto es el tendido muchas veces.

Lo del Cid fue meritorio. El de Salteras transitó por las estrechas vereditas del pundonor. Abrevió en su complicado primero. Mejor en su segundo. Entendió al burel. Le encontró el pitón bueno y se inventó una faenita por el izquierdo.

Algunos natural hubo profundo y templado. Ovación. Fue faena para entender. Creo que el respetable pecó de cicatero al no jalearle. Su tercero, el sexto, fue devuelto por aquello de hacer gasto. El sobrero, del mismo hierro, tuvo peligro por arrobas. Hubo peligro. Revolcón. Casi cornada. Más peligro. No pudo ser. Mal a espadas. En ese, y en los cinco anteriores. Palmas al abandonar el coso para el Cid. División para Morante.

Nadie acertó la porra. Todos quisimos de más. Ha sido una tarde sin música. Sin pasodoble que te quiera. Pero no ha sido tarde perdida. Hubo pelea. Hubo lidia.

Detalles purísimos y valor de ley. Así fue. En Badajoz. En El Horno . Con unos buenos amigos. Uno de ellos se llamaba Edmundo . Iba a ser en Sevilla,... pero fue en Badajoz.