La identidad se refiere a lo que uno es o a lo que es otra cosa. Sirve para distinguir y diferenciar o para reconocer igualdades idénticas. Ahora, que está de moda lo multicultural, se habla bastante de las identidades. Tanto, que llega un punto en que molesta, por lo menos a mí. Con frecuencia la usan los nacionalistas y otros para arrojarla contra cualquiera y pisotear al de enfrente en aras de su sagrada --la sacralizan-- identidad.

Además, por mucho que se empeñen, hay algunas identidades difíciles de aceptar. Me pasa con la identidad extremeña, que no la encuentro. Cuando la esgrimen, me da risa o pena, dependiendo de cómo, quién y para qué la use, pero casi nunca me identifico en ella. Según fuentes oficiales, elementos claros de la identidad extremeña son las cigüeñas, los cochinos, el Jarramplás y el Porrina de Badajoz, por poner ejemplos. ¿Quiere decir que usted y yo cantamos tangos de la plaza Alta y en enero vamos a Piornal a tirarle nabos a un fantoche? ¿O que no hay las cigüeñas en Castilla León, ni Andalucía o Ciudad Real y los cochinos de la Sierra de Huelva serán cerdos, pero nunca cochinos? También la medalla de Extremadura es una cuestión de máxima extremeñidad y gracias a ella, la reina es identificada ahora como extremeña. Igual de extremeña que Rodríguez Ibarra o los cochinos --¡ojo!, no confundir con cerdos--.

Otro signo importante de la identidad extremeña es ser socialista del pesoe de Extremadura. Y si usted quiere rematar para siempre su identidad extremeña, y no posee la medalla de Extremadura ni bellotas o cochinos, no se preocupe: basta con ir a la romería de Alange mañana domingo. Porque allí nació el abuelo de Zapatero que era muy extremeño y muy socialista y, según ha expresado el líder de los jóvenes socialistas extremeños, esa romería es la ocasión para demostrar nuestra identidad como extremeños y como socialistas.

Dado que no estaré en el evento, seguiré como hasta ahora: carente de identidad extremeña y fuera del pesoe.