Por obra y gracia de Julio César, que fue asesinado el 15 de marzo del año 44 antes de Cristo, los idus de marzo, que en el calendario romano siempre fueron augurio de buenas noticias, se convirtieron -y casi el mes entero- en tiempos de héroes y villanos, de sentencias y condenas, de discursos acalorados y silencios cómplices, de conspiraciones y asesinatos. Más allá de sus luces y sombras, de sus libros y purgas, de sus victorias y ambiciones, Julio César fue asesinado y nada hay que justifique el magnicidio.

Dos mil años más tarde, George Clooney dirigió Los idus de marzo y, de nuevo, el trazo grueso. En esta ocasión, los tejemanejes de la política, la corrupción moral e ideológica, esos vaivenes, esas expresiones, los discursos envueltos en una ideología trampa para ponerse al servicio de causas partidistas o, peor aún, personales y, en fin, una antología de imposturas y disparates que ponen de manifiesto que no todo es lo que parece y lo que parece tiene pinta de no ser bueno. Para nadie. No hace Clooney una radiografía halagüeña de la política aunque los catetos ilustrados dirán yanquis go home como si en la vieja Europa o en la pasional España no fuéramos iguales. Vivir al margen de los ciudadanos y votantes, las inverosímiles componendas, los extraños compañeros de cama, esos grandilocuentes mensajes que solo difunden vacío, ideas avanzadas por retrógradas, turiferarios a tutiplén, el oxímoron como conducta y el becerro de oro como ídolo, han organizado una permanente campaña electoral de cuyo hartazgo se aprovecha el populismo.

Mientras se divierten en la feria de las vanidades, solo somos primeros en paro y últimos en todo, con unas comunicaciones ferroviarias, por aire y carretera que deberían avergonzar a cualquier representante público, y con una falta de oportunidades, una sanidad imperfecta y una educación endiablada que si no se ponen de acuerdo para solucionarla es porque es culpa de todos. Mientras algunos sacan el ticket para la montaña rusa, compran algodón de azúcar y dan lecciones desde la noria, más vale que se cuiden de los idus de marzo porque, como dice Shakespeare por boca de Marco Antonio, «el mal que hacen los hombres, les sobrevive; el bien suele quedar sepultado con sus huesos». Y los ciudadanos, asqueados.