Pasé por el lugar a finales de julio y en estos días he vuelto al hotel- apartamento en que me alojé entonces. Lleno. Repleto el amplio comedor a la hora del desayuno. Niños corriendo, casi arrollándote cuando te aventurabas entre las mesas para llenar el vaso de zumo. Chiquillos de todas las edades con sus padres; desde bebés sentados en las sillas altas especiales, hasta adolescentes con caras de aburrimiento. Es un hotel familiar y las familias -las que podían- han salido. Parece que, después del verano, aún había disponible para disfrutar de otro pequeño descanso. Contemplando el trasiego me preguntaba si acaso no estamos locos, gastando hoy lo que el trabajo nos permite sin pensar que quizás mañana estaremos en la lista del paro.

Abajo sonaba la música. En el inmenso vestíbulo había actuación en vivo y la gente bailaba. Arriba en mi habitación dejé el libro y cogí la prensa. Expertos del Fondo Monetario Internacional decían que en 2013 creceremos más que países como Alemania. A estas alturas de la película no sé si crecimiento significa empleo o sólo riqueza para los que manejan los hilos de los misteriosos mercados, si les estaremos traspasando nuestros fluidos vitales mientras el resto seguiremos enflaqueciendo hasta que ninguna familia pueda tomarse unos días de descanso.

Me preguntaba si aún nos queda por vivir el final de la catarsis. Los analistas económicos dicen que, tras la reforma laboral y el ajuste, conseguiremos equilibrar nuestro déficit y que eso es bueno, pero los analistas sindicales dicen que no, que lo único que va a conseguirse es más precariedad y más paro. No soy experta en análisis social ni en economía. No tengo respuestas.

Emprendí viaje de vuelta. Desconozco si podremos volver a ese hotel para hacer un paréntesis en el trabajo o no habrá trabajo del que descansar. No sé qué será de las familias que dejé atrás, si regresarán o les alcanzará el desempleo. Quién sabe si volveremos a pasar por ese lugar.