TEts evidente que los vencedores de una guerra siempre imponen su punto de vista, tengan o no razón, porque una victoria no es por necesidad un argumento favorable. Triunfa quien tiene más fuerza. Aunque ya hayan pasado las fechas de la conmemoración de los asedios de Badajoz durante la Guerra de la Independencia, con más pena que gloria y poco legado intelectual, siempre hay que volverse sobre ciertos hechos para avanzar en su estudio, para puntualizar en algún detalle o, simplemente, para contradecirlos. Muy pronto vamos a tener en las manos una obra inapreciable, que trata del último asedio inglés de 1812. Es la traducción de los despachos del duque de Ciudad Rodrigo, llamado lord Wellington en Gran Bretaña. Faltaba una buena edición española y va a estar a nuestra disposición gracias al esfuerzo de un investigador extremeño, José María Gallardo Durán. Recoge este autor no sólo los documentos emitidos por el general inglés, sino los textos de dos subordinados suyos: el diario del comandante Burgoyne y las memorias del entonces capitán MacCarthy. Total, la visión de los vencedores.

Sorprende, a eso es a lo que voy, que Wellington se enterase tarde y mal de que parte de sus tropas, a las órdenes de Picton, hubieran entrado en la alcazaba, mientras él seguía quemando soldados en la brecha del baluarte de Santa María y que, sin embargo, sus subordinados hicieran después una encendida narración del asalto a la fortaleza. El relato resulta inverosímil, porque, en el interior, los ochenta escasos alemanes del regimiento de Hesse-Darmstadt, unos pocos franceses y algún polaco, con apenas artillería, no podían resistir mucho. Además, el espacio por donde se colocaron las escalas era muy corto y no daba para un buen despliegue, ni arriba, ni abajo del muro. Los franceses, comenzando por el mariscal Soult, se quejaron, precisamente, de lo escaso de la guarnición del castillo. Pero prevaleció la narración de los triunfadores. Ni mucho menos compartida por todos ellos. Total, el furioso asalto al castillo es un infundio. Y mucho me temo que la historia de la casaca izada en la torre de Santa María, también. Al menos en el momento inmediato a la conquista. Lo que hicieran después, mientras saqueaban la ciudad ya no tiene mérito.