Esta es una de esas semanas que hace las delicias de cualquier columnista con tantos y tan variados temas que comentar: esos miles de padres, por ejemplo, que andan como locos desembolsando cantidades astronómicas de dinero porque cambiaron los libros de lengua o matemáticas. Como si en la sintaxis el sujeto, verbo y predicado hubieran cambiado de significado o en las ecuaciones no haya que seguir despejando la x. O todos esos que estos días miran de reojo el juicio donde la ex alcaldesa de Cáceres y algunos empresarios de bares se sientan en el banquillo tras las denuncias de vecinos por el ruido de lo que en su día fue la Madrila. O qué me dicen de la terrible tragedia de México. Incluso temas tan maravillosos como el qué hacer en Badajoz con las ocas, gansos y patos que inundan el Guadiana. Desde la idea suicida del concejal Antonio Ávila de vender las anátidas a una fábrica de elaboración de paté, hasta la lanzada esta semana de la Sociedad de Ornitología para que los pacenses o cualquier persona que se ofrezca adopten una de estas aves y se la lleven a su casa.

Pero no. Ninguno de estos y otros muchos asuntos de nuestro día a día han sido capaz de robarle el protagonismo ni en medios de comunicación ni en conversaciones de amigos a lo que está pasando en Cataluña. Al intento de ruptura del Estado que están proponiendo algunos políticos catalanes con la celebración de un referéndum anticonstitucional el próximo 1 de octubre. Y es hasta lógico, teniendo en cuenta la gravedad de la situación.

En cualquier caso y a estas alturas que ya sabemos que, gracias a las herramientas de nuestro Estado de Derecho, no habrá nada que se parezca a una consulta legal; todas las fuerzas políticas se están situando en el día después.

Gran parte de los catalanes están inoculados de un sentimiento de rechazo a nuestro país y es evidente que tras el 1-O haya negociación para encajar a Cataluña y otros territorios con sentimiento de «nación» en el marco jurídico y legislativo español. Pero habrá que estar atentos a cómo quedan esas otras regiones como Extremadura que nunca sintieron la «necesidad» de serlo y que podrían verse perjudicadas sin comerlo ni beberlo. ¿O es que alguien cree que se van a conformar con el simple hecho de que en sus Estatutos figuré la palabra mágica?. Es bastante light.