TAtl contrario que en la anglosajona, no son frecuentes los intelectuales en la política española. Y no debería ser así, entre otras cosas, porque la política es una concepción de la intelectualidad clásica, que tuvo, primero en Grecia y luego en Roma, magníficos ejemplos de intelectuales entregados a la cosa pública. Porque hubo un tiempo en que intelectualidad y política eran lo mismo y, de hecho, no podía haber políticos si no había intelectuales. Es más, fueron los intelectuales clásicos los que diseñaron la democracia, fundando toda la política posterior digna de tal nombre. Y ha sido en democracia cuando mejor se ha desarrollado el pensamiento históricamente y donde mayor riqueza de intelectuales ha habido.

Los regímenes autoritarios no son propicios para la incubación de la intelectualidad. Tal vez por eso la política española ha estado tan empobrecida tradicionalmente de pensamiento. De hecho, si observamos la historia de España, se cuentan con los dedos de las manos los políticos intelectuales. Todos ellos estuvieron ligados a la izquierda, o a lo que en el tiempo de cada uno se puede considerar izquierda, como contraposición a la corriente tradicional -nacional católica- dominante. Desde Azaña, y más tarde Tierno Galván, no ha habido en España intelectuales metidos a políticos. La dictadura franquista acabó con toda posibilidad de pensamiento y, luego, la transición se nutrió más de funcionarios y de abogados que de intelectuales. Y ahora, en 2015, como ocurrió en la República, se está produciendo una renovada efervescencia de la intelectualidad en el ámbito político.

Profesores, pensadores y creadores como Angel Gabilondo, Luis García Montero, Pablo Iglesias o Juan Carlos Monedero, entre otros, son intelectuales que, ante el estado de cosas que padecemos, han reaccionado y han dado el salto a la política. Que a la política se aplique el pensamiento, y no solo la abogacía del Estado o la técnica económica, es un paso adelante. Y que intelectuales de la talla de Gabilondo y de Montero hayan tomado una decisión tan valiente y conmovedora, es algo que invita a la esperanza. Muchos creemos que otro rumbo es posible. Que eso se vea refrendado por el activismo de intelectuales como ellos es una garantía de que no estamos equivocados.