Hace ya unos años que falto del Carnaval de Badajoz y me sorprende, desde fuera, que pueda haber tantos intereses enfrentados en torno a la celebración de una fiesta, tradicionalmente popular y, por definición, alegre y cordial.

Pero estoy comprobando que no es así. Muchísimos pacenses siguen afanados a lo largo de todo el año en preparar un estupendo disfraz, ensayar pasos coordinados y entonar canciones pegadizas y letras con sorna. El resultado debería ser, como es, llamativo y espectacular. Sin embargo, en el proceso hay algo que falla, porque entre los propios carnavaleros hay facciones: existe una federación, que dicen que aglutina a la mayoría de las comparsas, pero hay comparsas que voluntariamente y con motivos se quedan fuera de este colectivo e incluso lo critican y, además están las murgas, pues ninguna pertenece a la federación. Y si ya desde abajo existen disensiones, no digamos más arriba, entre las instituciones, que no consiguen ponerse de acuerdo para hacer realidad un proyecto con el que en principio están todas de acuerdo: el Museo del Carnaval. La Junta anunció que pondría financiación y, en este instante, el ayuntamiento se comprometió a facilitar el suelo, Eso ocurrió hace unos meses. En público hacen promesas que luego, encerrados en los despachos, tardan en cumplir.