Quizás esté ahora apostado tras las cortinas de la ventana de su habitación, tenso, inquieto, buscando un apoyo sólido para el antebrazo izquierdo y oteando un pedazo de paisaje urbano compuesto casi únicamente por un edificio oblongo de ladrillo visto que le roba el horizonte. Con los brazos en vilo hace un barrido de izquierda a derecha y viceversa buscando un punto, una figura que le motive para descargar a través del dedo índice de la mano derecha toda sus preguntas, con los pies bien asentados sobre el suelo con botas de media caña y suelas de goma alta. Ansioso por encontrar un blanco, es posible que pase horas en su puesto de vigilancia aguardando el momento de expresarse, a su modo, pues apenas habla, apenas si es consciente del automatismo de sus acciones porque el proceso de pensar, que no puede evitar, le resulta complicado de trasladar a la palabra. Puede que sean demasiadas cosas en su cabeza para digerirlas, o expresarlas, pues tampoco tiene quien le comprenda. En un momento de atención suspendida ve una figura que se mueve e instintivamente aprieta el gatillo. Enseguida corre las cortinas y se queda mirando a su través la reacción de su víctima.