Badajoz es una ciudad sitiada por especies invasoras. El apocalipsis zombi, el fin de la civilización occidental y el holocausto nuclear son juegos de niños comparados con la inteligencia, el desafío y la capacidad de destrucción masiva de unos ejércitos bien coordinados y bien adiestrados que ya aparecen en nuestro inmediato horizonte como las modernas plagas de Egipto. La paz mundial, las tensiones yihadistas, el conflicto en Oriente medio, las amenazas tecnológicas de la madre Rusia, el gordito norcoreano o la última ocurrencia de Trump no son más que fuegos de artificio frente al diabólico cortejo de las especies invasoras que están convirtiendo a Badajoz en una zona cero, un territorio comanche donde la convivencia puede resultar belicosa y las acciones de los humanos, en su autodefensa, letales. Son el picudo rojo, de bello nombre y consecuencias terroríficas y que está resistiendo como un jabato a las embestidas de la química. Le acompaña la oruga soldado, fiel escudera, y la hormiga procesionaria, para tiempos de estrategias de distracción, y tienen a su favor fuerzas marítimas de amenaza constante como el mejillón tigre y la almeja asiática, que se asientan en el Guadiana esperando órdenes. Las fuerzas aéreas están consolidadas por las abejas comunes, la avispa asiática -de hermoso nombre pero ingrato recuerdo: vespa velutina nigrotharix- y el picoto, ese halcón abejero cuyas aficiones viajeras traen de cabeza a las baterías humanas de defensa. La intensidad militar terrestre se complementa con los gatos isleños, que dominan los espacios muertos, los roedores, que han alcanzado los parques familiares, los chinches de cama, que sienten una predilección por los hogares, y las cucarachas, impasibles al desaliento y la extinción. La periplaneta americana, de color rojo, que ya da miedo solo con su presencia y la supella longipalpa, marrón con bandas, nos hace estremecer de miedo solo con su correteo entre cocinas y rincones de la casa. El nenúfar mexicano y el camalote no son más que la ceniza nuclear que tapará la desolación provocada por un ejército al que, seguramente, se unirán las langostas, las palomas carroñeras de San Francisco y las cansinas polillas preveraniegas. Al lado de todos estos, los gansos de Badajoz se convierten en apacibles animales de compañía.