Orlas, menciones honoríficas, bandas conmemorativas y, sobre todo, muchas, muchas emociones. En estos días miles de alumnos extremeños están celebrando sus fiestas de graduación. Las redes sociales están llenas de fotos y selfies de jóvenes, guapísimos para la ocasión, que posan orgullosos luciendo sus bandas al lado de sus compañeros de promoción. Amigos que han compartido experiencias que nunca olvidarán.

Padres con los ojos brillosos de la emoción pero a la vez orgullosos de ver cómo sus hijos se hacen mayores y cumple sus sueños. Un esfuerzo que ha merecido la pena, piensan. Y en ese momento el temor a lo que queda por delante. El futuro incierto.

No cabe la menor duda de que estas son las generaciones mejores preparadas de nuestra historia en Extremadura. Pero también las que más difícil lo tienen. Sobre todo porque se están preparando a conciencia para conseguir un buen puesto de trabajo. La mayoría se tendrá que ir fuera de Extremadura para conseguirlo. ¿O les decimos que se queden aquí para «vengar» no se qué «pasado», como le escuché decir hace unos días a Rodríguez Ibarra?

¡Menuda herencia! Nuestros jóvenes se quedarán si tienen un empleo donde poder desarrollarse personal y profesionalmente. Y a partir de ahí hablamos. Pero no de venganzas, sino de construcción de futuro.

Cuando termine de escribir esta columna voy asistir a la graduación de Bachillerato de mi hijo. Y hace unos días fui la Madrina de Honor de la Promoción del Grado de Comunicación Audiovisual de la UEX.

Cuántas emociones, cuántas esperanzas. Tenemos que seguir ayudándoles a crecer, como padres y como sociedad. Algún día serán los extremeños que marquen el futuro de nuestra región.