Si no fuese por los jueces, nuestra democracia estaría definitivamente vendida. El saqueo sistemático al que la someten cargos públicos e institucionales de todos los colores, la falta de rigor de las organizaciones políticas con tantos correligionarios culpables de tantas fechorías, la desgana de los dirigentes políticos a cortar por lo sano, empezando por sus cabezas más relevantes, y el desprecio de este Gobierno por la ciudadanía, ante la que no comparece como responsable de lo que sucede, ni rinde cuentas, ni informa, ni explica nada, todo eso, unido a la política nefasta de la austeridad, que ha destruido gran parte del tejido social, ha colocado a nuestra democracia en una situación preagónica. En este panorama desolador, en el que parece que el edificio democrático se derrumba sobre nosotros, los únicos que mantienen viva la credibilidad y la esperanza de la gente son los jueces. Ellos encabezan una pirámide de honestidad y regeneración democrática, que se apoya en sucesivas capas, empezando por la mayor parte de las fuerzas del orden, siguiendo por muchos profesionales de la información y terminando por la ciudadanía. Es gracias a esta combinación de jueces, policías y guardias civiles, periodistas y ciudadanos, que el edificio democrático se mantiene en pie, y con síntomas claros de que no solo va a sobrevivir, sino que va a mejorar.

Los jueces, sin hacer distingos de colores políticos o de grado de poder, han imputado, procesado, condenado o metido en la cárcel a miembros y dirigentes de la Casa Real, del PP, del PSOE, de IU, de CIU, de la CEOE, de UGT y de CC.OO. Y esto, resistiendo presiones sin cuento, trabajando con medios ínfimos, aplicando leyes claramente injustas y desiguales de las que ellos no tienen la culpa --como las que obligan a condenar a un robamelones o a desahuciar a un desgraciado y que, en cambio, son tan laxas con los saqueadores de lo público--, y soportando la instrumentalización que de la Justicia hace el Gobierno de turno. Gracias a millares de jueces anónimos y a otros más conocidos que hacen a diario su trabajo con valentía, muchos confiamos en que España tiene solución. Los periodistas estamos obligados a apoyar y defender a estos jueces y a las fuerzas del orden que hacen buena parte del trabajo, a trabajar codo a codo con ellos, a publicar la verdad y a estimular a la ciudadanía con nuestro testimonio. Hay esperanza.