La divina providencia, el destino, llámele cada uno como quiera y guste, ha querido que vivamos en un país de panderetas y castañuelas. De juerga, para que nos entendamos. La fiesta es religión, el perder el tiempo una necesidad y el cachondeo, un estilo de vida. Aquí no se da un paso si antes no se evalúa el alcance de la diversión, el presupuesto para la parranda y el lugar donde van a caer las copas. Todo tiene su perspectiva. Su perspectiva fiestera, obviamente. Y cuando llega la trascendencia, es normal que nos lo tomemos a guasa. Es nuestra cultura. Nuestra rutina.

En la semana de la huelga general mientras ejerce el peor gobierno y se dan las peores condiciones socioeconómicas de la historia democrática de España, el país está sumido en una jarana que produce jolgorio. Si no fuera por los casi cinco millones de parados, por el millón y pico de familias que no tienen ingreso alguno y por tantos mayores de cincuenta años, mujeres y jóvenes recién salidos de la universidad que afrontan su futuro ajenos al mercado laboral, habría que concluir que nos hemos vuelto locos. Entre despojos televisivos reconvertidos en princesas del pueblo con pretensiones monclovitas y nacionalismos extremos bendiciendo y blindando la tortura de los animales, encontramos a unos sindicatos organizando una huelga general en la que no creen ni ellos y, mucho menos, los trabajadores. Sindicatos que han tenido dinero para vídeos donde la culpa de la reforma laboral y del paro es de los empresarios y no del gobierno que legisla y que han tenido un gesto supremo de valentía para organizarle una huelga general a la oposición. Es tal el disparate que los ciudadanos no saben a quién maldecir con más vehemencia: o a los sindicatos, que están como locos porque llegue el día después y volver al conciliábulo gubernamental con el que han convivido en los últimos años, o al Gobierno de España, en un sálvese quien pueda entre decadente y estomagante.

Siempre nos quedarán conferencias políticas donde el alcalde de Mérida se permita el lujo de reírse, a costa de la limpieza, de la ciudad donde nació, o sea, Badajoz. En medio de tanta juerga, o huelga, sólo falta que la vicepresidenta con más sentido del humor nos recuerde lo que aseguró en 2007, con tanta vehemencia ante sus correligionarios: que el AVE circularía por Extremadura en el 2010.