Parece Otoño. Domingo. La lluvia cae melancólica como imaginamos siempre en París, lamiendo las heridas de hombres que se guarecen en los portales, bajo cartones, que a través de los bulevares arrastran sus pasos, hunden las manos en los bolsillos e, inconsolables, buscan un futuro incierto, recobrar una vida mejor, perdida. Al día siguiente es 1 de Mayo. Toda la ciudad sale a la calle, desde la plaza de la República, y sale el sol. Marchan en la manifestación como parte de un rito, algo conocido a lo que agarrarse en este momento de perplejidad. La Francia bienamada que proclamaba Melenchon al ritmo de la Marsellesa y enarbolando la bandera nacional, parece querer volver a pagar las bagettes en francos. Buscar el amparo de los discursos proteccionistas, populistas que se han desnudado de las rancias vestimentas militares, religiosas u obreras para cubrirse con el disfraz camaleónico del insumiso, antisistema, antiglobalizacion y anti Europa. Una Europa desfigurada, herida por ella misma, por la pérdida de valores en los que se asentaron nuestras democracias, asiste anonadada al retrato que Francia le ofrece estos días. Al peligro real, pero aún no percibido como tal por los más inmobilistas, de retrotraerse a un escenario casi de entreguerras, cuando la desesperacion y la falta de horizonte de los jóvenes de entonces consiguió que los fascismos fueran seguidos de forma mayoritaria. Le Pen, Melanchon, Trump y May se erigen como defensores de la identidad nacional, protectores de los trabajadores y las empresas del país, en contra de la tiranía del mercado único. Propugnadores del papá estado, enarbolan una consigna casi idéntica para intentar recobrar un tiempo mejor. Tras los resultados de la primera vuelta, la extrema derecha apela a los insumisos y a los votantes de la extrema izquierda para parar el avance de lo que denominan al unísono como la línea continuidad, el poder establecido. Alguien que atenta contra lo que ambos propugnan como un nuevo catecismo: El cambio.

Los parisinos, acomodados y comedidos, parecen creer en una solución mágica como si nada pasara; al final el sentido común lloverá como caído del cielo: Termina la manifestación. Los antidisturbios han sofocado revueltas, cócteles molotov contra los ganadores de la primera vuelta, rechazando el voto a Macron aunque esto favorezca la victoria de la ultraderecha que dicen combatir. Las terrazas se llenan de bullicio, suenan las copas de vino entrechocando. Por las orillas del Sena pasean parejas de enamorados. Los barcos a los que solo suben los turistas pasan, impertérritos, bajo los puentes. Y aunque parezca de una antigua película, un joven de camiseta de rayas, tirantes y bigote afilado toca con el acordeón La vie en rose.