TEtl mundo laboral es un cosmos de una diversidad apabullante y en continuo movimiento. Lo esencial en él es que te pagan si estás incluido siendo el dinero lo único verdaderamente necesario en la vida o casi. A la vista de cómo anda el patio laboral esta temporada, lejos ya la maldición divina en el paraíso, tener una colocación es una cosa de la que puedes presumir. Obviamente --aunque es más bien raro--, puedes ganar una pasta sin que te cueste el menor esfuerzo y encima la gente te sonría como le pasa a Pe o a Leticia o a cualquier diseñador o economista de renombre para gastarlo en lujo. Puedes también --para tu infortunio-- sacar una miseria haciendo turnos en un basurero o similar y destinarlo a comida u otras necesidades primarias. En el medio quedan un sinfín de posibilidades, entre las que sueles encontrarte si todavía no has llegado al sexpe, caracterizadas normalmente porque el trabajo sea un rollo, los compañeros bastante envidiosos, los jefes tontos y el entorno oscuro. Tanto es así que, a veces, el trabajo vuelve a ser castigo bíblico y tu empresa una especie de campo de concentración --tortura incluida--, a la que acudes y donde te aburres día tras día. Entonces empiezan las angustias, las ansiedades y la depresión, que, según la OMS, para 2020 será la segunda causa discapacitante laboral a nivel mundial. Son datos tremendos, porque, a juzgar por el devenir de los hechos, para esa fecha la población laboral mundial seguramente se repartirá entre parados y deprimidos. No se sabe qué demonios pasará con el trabajo, si habrá desaparecido o si quedará reducido para celebridades y artistas de éxito sin motivo para la depresión. Por eso no comprendo que a Garzón --tan estrella-- lo ingresen por ansiedad. Ni que al tal Correa --tan artista-- lo incluyan en el Protocolo de Prevención del Suicidio pues anda cabizbajo en su celda. Solo faltaba que se nos desmoralizasen ahora Bermejo --tan ministro-- o Gallardo --tan alcalde--. Resistan. Lo laboral les necesita.