Ojalá no ocurra nada (nada más) y las administraciones, que dicen que están trabajando por la normalización de la barriada, alcancen el objetivo utópico de lograr que Los Colorines sea un lugar habitable.

Pero quienes conocen la zona tienen muchas dudas y, sobre todo, mucho miedo. La situación es tan dantesca, tan inimaginable para quienes viven tranquilamente en otros lugares de la ciudad, que incluso aseguran que allí se trafica con armas y que la clientela, como en cualquier puesto de venta, antes de adquirir la mercancía quiere probarla y no lo hace en un descampado, lejos de las viviendas, sino allí mismo, desde una ventana, en la calle, donde todavía hay niños jugando.

Inimaginable parece que haya vecinos que apedrean impunemente a la policía cuando los agentes intentan cumplir con su deber, que es el de velar por la seguridad de los demás y atajar la delincuencia. Sólo en un lugar donde la convivencia está desintegrada se puede entender que se haya perdido el respeto a las fuerzas del orden, porque ya no existe el orden. Pero allí quedan familias que quieren vivir tranquilas y suplican que alguien haga algo por ellas, antes de que sea tarde.