Convengamos que en Badajoz hay un problema de limpieza, un problema evidente, innegable, perceptible por los ciudadanos, que ha superado todas las previsiones políticas, organizativas y técnicas y que, además, se trata de un problema agravado por el propio desarrollo urbano. Convengamos que la oposición política está en su derecho, en su deber y en su papel de denunciar, criticar, alertar o incidir en todo aquello que consideren perjudicial para la ciudad. Incluso está en su derecho de no arrimar el hombro y tratar de sacar ventaja electoral con el asunto. La oposición, aquí o en Madrid, local o nacional, está legitimada para eso y lo contrario. Convengamos que algunos representantes vecinales enarbolan, al hilo de la limpieza, banderas, como poco, sospechosas ya que sus trayectorias, sus compañías y sus discursos, aun en la realidad, son casi siempre subjetivos, demagógicos, pretenciosos y partidistas. Y convengamos, finalmente, que algunos ciudadanos no son precisamente campeones del civismo.

La responsabilidad municipal es evidente en muchos casos. Pero, ¿por qué hay quien saca la basura a primera hora de la mañana y por qué a mediodía hay contenedores abarrotados de bolsas? ¿Quién es responsable de vaciar ceniceros en un semáforo, derramar el contenido de papeleras o quemar contenedores? ¿Quién saca televisores, somieres, colchones, estanterías de salón con sus afiladas puntas como dedos, sofás y lavadoras, entre otros enseres y los deposita junto a un contenedor en vez de llamar por teléfono al servicio de recogida? El otro día un conocido me ponía a parir al Ayuntamiento por el tema de la limpieza en la ciudad. Sus palabras, su enojo, irreproducible, mientras su perro jugueteaba a nuestro alrededor. Desahogado e indignado continuó la marcha dejando, eso sí, sin recoger, la mierda como una cuarta de grande con la que su lindo perro acababa de adornar la calle de San Juan.

Los que tenemos memoria histórica y hemerográfica sabemos que hoy la ciudad no es la de los ochenta (ni siquiera la de los noventa), que las escobas de plata eran un brindis al sol y que quien pudo solucionar esto hace veinte años no lo hizo. Como en Cáceres o en Mérida. La limpieza de Badajoz es cosa de todos y la suciedad (y otras miserias), el afán de unos pocos.