TLta OTAN era una cosa antigua, con aroma a Felipe y a transición. Sabías que andaban por ahí, más preocupados por el islam que por las operaciones verdaderamente militares, pero no tienes la menor idea de cómo se llama su jefe o de sus aportaciones reales a la humanidad. Pero ahora han ido a Lisboa y eso ya lo cambia todo. Porque ser tan vecino de Portugal nos hace un poco lusos a todos los fronterizos. Lisboa, esa ciudad azul, queda a un paso de casa por la autovía. Compartimos con ella algo de su aspecto decadente y dicen que vamos a compartir, además, el AVE y los estadios de fútbol, de manera que parece como si la OTAN fuera un poco más nuestra ahora, cuando sabemos que se reúnen allí sus mandatarios. Encima, llevamos muchísimo tiempo estrechando lazos con nuestros cercanos --en campaña hay quien los llama hermanos-- portugueses y en los colegios hay niños que aprenden su idioma, después de que casi todos los de allí hablen correctamente el nuestro. También los conocemos mucho en verano por las playas y sabemos de su gastronomía casi tanto como ellos por El Cristo y otros afines fieles de la sapateira y del bacalao. Lo dicho: somos la versión lusa de la extremeñidad, a veces hasta suaves como la melancolía de sus fados. Pero, siendo los guardiñas tan amables como parecen, estos días se han puesto un poco pesaditos con la frontera que ya no era frontera pero que de pronto, gracias a la FIFA y a la OTAN, despliega todo su aparato paralizante. Iba yo --lo hago con frecuencia-- a hacer un par de compras urgentes a Elvas, con la intención de estar de vuelta en una media hora. Imposible. Me detuvieron dos veces, una en Caya, otra a unos pocos kilómetros. Escudriñaron mi coche y la documentación, me multaron por exceso de velocidad y me exigieron el inmediato pago de 120 euros. Si no lo hacía se quedaban allí mis documentos y los del coche. Cerraron las tiendas y el fado melancólico y suave terminó maldiciendo a la OTAN, a Lisboa y a las fronteras de quita y pon.