La luna de Valencia puede ser la misma que la del resto del planeta, pero la luna de Mérida es genuina y diferente. Quedarse a la luna de Valencia es tener que dormir al raso por no haber podido entrar en la ciudad antes de que cerrasen sus puertas, pero quedarse a la luna de Mérida es recibir el cobijo de la cultura, de la sensibilidad y de la belleza. Mérida y Extremadura tienen --tenemos-- la suerte de contar con su --nuestra-- propia luna capitalina, concebida por Marino González Montero , lunático del saber, de la creación y de su pedagogía donde los haya. Marino es novelista, dramaturgo, poeta, editor, productor teatral y profesor, todo en una pieza. A él se debe --junto con Ana , su mujer-- el mérito de haber creado, con la revista La luna de Mérida y con la editorial De la luna libros , una de las empresas culturales más importantes, ambiciosas y de mayor proyección que se hayan puesto en marcha en la región --y en España-- en los últimos años.

La luna de Mérida , pasa ya de la veintena de números. De la luna libros , pasa de la setentena de títulos publicados en una decena de colecciones. Y son numerosos los montajes teatrales realizados y centenares las representaciones por toda la geografía española. Quiere decirse que la labor no es flor de un día, sino el fruto del titánico afán de un hombre solo --junto con su mujer y su hijo-- que ha hecho de la continuidad su blasón, cuando los lunáticos sabemos que muchos son los capaces de concebir proyectos ambiciosos, pero sólo unos pocos lo son de prolongar en el tiempo tanto valor y tanta energía como requiere semejante tarea.

Estos días presenta Marino uno de sus libros --Diarios miedos --, doblemente suyo porque está escrito por él y publicado por su editorial. En él pone de manifiesto su gran talento como escritor, a la altura de su capacidad como editor y gestor cultural y de su grandeza como persona. He leído el libro con fruición y recomiendo su lectura. Será una forma más de seguir incrementando esta sociedad de lunáticos, que admiramos la labor de esa luna de Mérida que Marino creó, y que, contagiados por su fuerza y por su negación de la imposibilidad, seguimos todos los días haciendo posible no sólo lo improbable, sino también lo milagroso, que eso, y no otra cosa es la literatura.