TLta muerte de Gabriel García Márquez nos devuelve de nuevo a sus Cien años de soledad y la universal Macondo, "una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto", donde la gente se hace invisible después de beber líquidos milagrosos, nacen niños con cola de cerdo, ninguna casa recibía más sol que otra y desde donde todas se podía llegar al río, entre muchas situaciones de lo que se ha dado en llamar realismo mágico. Sin embargo, también es la crónica de una tragedia y el retrato de una gran ironía. La del pueblo que se construye a sí mismo mientras lo destruye una sucesión de elementos de organización y administración ficticia que acaban intoxicando la estabilidad social. La del individuo que nace para alcanzar la gloria mientras la peste del olvido lo reduce a cenizas. Una comunidad con los mimbres apropiados para crecer que se ve abocada a la rutina de las pérdidas y al absurdo del vacío sin posibilidad de rehabilitación porque la desmemoria también se ha llevado por delante la identidad y el sentimiento de pertenencia a un grupo. Ursula confirma que "el tiempo estaba dando vueltas en redondo", una especie de castigo a vivir siempre la misma historia ("idiotez sin pasado"), a repetir los mismos errores, a convivir con la desidia de la gente y la voracidad del olvido que les impedirá escapar de la condena. Como siempre, la catástrofe asoma por el horizonte en cuanto dejamos que la condición humana, de natural perversa, retorcida y envuelta en podredumbre, invada nuestras consciencias y convierta a la persona en materia prima de la estupidez.

Macondo como metáfora de América Latina, sí, pero también como caricatura de la civilización occidental y retrato de un país o de una ciudad -España, Badajoz, da igual- que no acierta a ver el peligro de la sinrazón acechando, que se toma a la ligera la semilla de la confrontación alimentándose de lenguajes guerracivilistas e ideologías intolerantes, que flirtea con la manipulación y que idolatra el pensamiento único como falsaria expresión de libertad. Macondo como metáfora de una sociedad que se ahoga en olvido, que olvida que se trata de la felicidad colectiva como objetivo supremo, que destierra a la literatura a los vagones de carga y que, condenada a cien años de soledad, "no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra". Una novela cargada de ironía y de sentido del humor, tal vez sin ánimo moralista, posiblemente con cientos de interpretaciones y mensajes, que nos pone en alerta contra la cólera de las bestias que olvidaron que un día fueron personas.