Antes siquiera de que haya salido el sol, alrededor de las ocho menos cuarto de la mañana, una cola de unas treinta personas se agolpan en la calle Juan Carlos I a la espera de un coche gris. Cuando éste llega, se apea un chaval joven, Alejandro Fernández, de 29 años, y comienza a repartir ejemplares de La Crónica de Badajoz. "Yo me llevo seis. Para mis vecinos, mi padre y las monjitas de la calle de la Soledad, que también lo quieren. Las están esperando todos", afirma José Martín de la Vega, que tiene un comercio en la calle de la Soledad y acude fiel a su cita con el periódico desde hace años.

La misma escena se repite en muchas calles de la ciudad. "Comienzo en el materno, donde una vez hubo una discusión porque la gente quería llevarse más periódicos. Antes sólo los dejábamos allí, pero ahora los tenemos que repartir", comenta Alejandro. 7.000 ejemplares diarios parecen no ser suficientes. "Sólo en Carolina Coronado podemos entregar unos 400 periódicos cada mañana", vuelve a afirmar.

Cada punto de reparto tiene sus lectores. Y cada uno de ellos, su historia. Lorenzo Orellana, un jubilado de 71 años vecino de la avenida María Auxiliadora, se lleva, al menos, 40 ejemplares. "A mí me gusta repartirlos. Los llevo a la churrería, al centro de salud o al centro de mayores", afirma. "Cuando yo acabo de repartirlos, algunas veces, le veo a él que todavía no ha terminado", indica al respecto, entre risas, Alejandro, que incluso ha llegado a intimar con algunos de los que acuden a coger La Crónica. "Había un hombre que siempre me regalaba algo. Yo sólo lo conocía de darle periódicos, pero cuando se murió incluso fui a su entierro", recuerda.

La lista de lectores es interminable; trabajadores del ayuntamiento, dueños de panaderías, carnicerías o fruterías, bibliotecas, entidades bancarias, policías o guardias civiles. Jorge el Zapatero, por ejemplo, lleva cogiéndolo para su negocio desde la fundación de La Crónica de Badajoz, en 2002. "Es bueno para mi negocio. ¡Todos los días vuelan!", finaliza.