No es que yo sea profeta. No. Tampoco presumo de serlo. Ni clarividente. Pero es que hay cosas para las que sólo hace falta tener dos ojos en la cara. Me estoy refiriendo al aburrido --tristemente aburrido-- tema de la limpieza de Badajoz. Sí, ya sé; ahora se ha privatizado y seguramente vamos a vivir una edad de oro de pulcritud. Antes el concejal, ¿responsable?, percibía un sueldo por no conseguir nada. Ahora seguirá cobrando por trabajar intensamente para que la empresa concesionaria del servicio lo haga bien. Eso ya es una mejora. Trabajo le va a costar. A ella, no a él. Quizás debiéramos organizar otro Día de las Fuerzas Armadas. Cuesta caro, ¡oiga!, pero deja la ciudad como la patena.

Un acierto lo de la fumigación de la calle Menacho. Tienes la sensación de vivir una experiencia tipo Gorilas en la niebla y va fatal para las permanentes femeninas. Pero, eso sí, rebaja la temperatura y ayuda a gastar. ¿Quién da más?

Ahora se notan las bondades de la plataforma única. Al menos en esa zona, porque en la calle Francisco Pizarro y en la plaza de la Soledad los días de calor de este verano me han hecho tener complejo de solomillo a la piedra. El pavimento es bonito. Pero, estética al margen, ¿es adecuado para Badajoz, con estos calores? ¿Nadie piensa esas cosas cuando se aprueban los proyectos?

He podido comprobar, volviendo al principio, que es justo darle relevancia a nuestra Semana Santa. Es la única que mantiene las manchas de cera de un año para otro. Eso debe ser por la intensa fe y recogimiento con que se vive. Y digo recogimiento, claro está, en sentido espiritual. Porque recoger, lo que se dice recoger, aquí no se recoge nada. Sólo los impuestos del respetable. Los incrédulos --réprobos, que diría un amigo mío--, si no vemos no creemos. Yo he creído cuando he visto. El nuevo pavimento de las susodichas vías públicas provoca, al alcanzarse la alta temperatura del estío, la fusión y evaporación de la cera o un borrón total en la piedra porosa. ¡Qué arte! ¡Qué inteligencia de reforma!

No puedo dejar de ser como soy. San Pablo tuvo que caerse del caballo para creer. Al menos yo no me he roto la crisma por resbalón en el cerumen.