Dicen que consumismo, engañifa, mito, religiosidad, desproporción, exceso, exclusión, niñería, locura, descontrol, gasto, divertimento, melancolía. Dicen que es perder el tiempo, engañarnos a nosotros mismos, volcarnos en una ilusión que se difumina en un momento, impostura, postureo, motivo de discusión, una manera más de mantenernos entretenidos al margen de los problemas reales del mundo. En fin, dicen muchas tonterías, todas ellas respetables, pero tonterías al fin y al cabo. Porque el asunto de los Reyes Magos es mucho más complicado, más profundo, más íntimo que cualquier idea genial que se le ocurra al más listo de la clase o al más tonto de la tropa. A lo largo de la vida vamos comprobando que un acontecimiento o realidad como los Reyes Magos va evolucionando desde la magia más absoluta hasta la indiferencia más cruel por no hablar de la patética racionalidad que algunos irracionales quieren aplicarle a un fenómeno cuya explicación radica, precisamente, en la falta de explicación. No se puede dar sentido, sentido común, argumentario, explicación o racionalidad a aquello que se alimenta de emociones, casi siempre de las más simples, que son las más poderosas, las que mejor arraigan en un lugar, el alma, el corazón, en lo más íntimo de una persona, donde solo habitan la inocencia y la ilusión. No veo mal alguno en envolver y ofrecer un regalo, no sé qué extraño arte de la guerra se esconde tras un juguete, no alcanzo a comprender qué poder de contaminación tóxica puede recibir un niño, un joven o un adulto por creer o seguir creyendo en aquello que creían nuestros mayores, en aquello que nos enseñaron a creer y con lo que disfrutamos durante años y durante otros años casi perdimos o perdimos totalmente y, al cabo de los años, recuperamos y tratamos de transmitir a nuestros pequeños. Es el ciclo de la vida, el maravilloso bucle melancólico en el que gustosos nos adentramos con tal de ver felicidad, de ayudar a crearla y de recibirla. No sé cómo es posible que en la era de las nuevas tecnologías, de las sondas espaciales y de los premios nobel en cualquier esquina o barra de bar aún haya encantados de conocerse que no sean capaces de aceptar que los Reyes Magos existen y que Melchor, Gaspar y Baltasar llegan ya a la ciudad.