El 11 de marzo de 1818 se publicó Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, por cierto, hija de uno de los más conspicuos promotores del anarquismo y de Mary Wollstonecraft, pionera del pensamiento feminista. Shelley escribió sobre la ternura del monstruo pero también advertía sobre sus peligros. Prometeo jugaba a querer controlar el destino de los demás y robaba el fuego sagrado de la vida a la divinidad. En 1799, Goya creó su aguafuerte El sueño de la razón produce monstruos.

Es difícil saber qué hay en la mente humana y, menos, cuando duerme o cree estar en posesión de la razón pero la vida está demostrando que el sentido común puede ser impostado, que la razón se pierde en un chasquido y un monstruo puede aparecer sin esperarlo y arrebatarnos todo aquello en lo que creemos o amamos. Entre La sirenita y La mujer pantera, entre el ser mitad mujer mitad insecto creado por China Mievile y el premiado anfibio de Guillermo del Toro, siempre se escapan monstruos que ridiculizan al cine, la historia o la literatura, ejerciendo una maldad insoportable, una capacidad indiscriminada para distribuir dolor y una sangre fría que espeluzna. No hay que viajar a los armados Estados Unidos o a los países permanentemente en guerra para descubrir el horror o llevarnos las manos a la cabeza ante la barbarie.

Aquí, en nuestro entorno, a pocos kilómetros, donde pasamos el verano o hacemos excursiones de fin de semana, en una pedanía o en el corazón de la gran ciudad, aparecen, cada vez con mayor frecuencia, monstruos que matan a sus mujeres, a sus hijos, que violan a niñas y niños, que abusan de menores, que los queman vivos, que los entierran en cal viva, que se unen a la búsqueda de los desaparecidos cuando ellos los han hecho desaparecer. Monstruos que se jactan de ello, que lloran entre la multitud, que se indignan junto a los demás, pero que llevan las manos manchadas de sangre y los corazones teñidos de negro. Convivimos con estos monstruos sin darnos cuenta de que son auténticos depredadores que, una vez cazados, no son recuperables para nada. Ha querido el azar que justo 200 años después del nacimiento de un monstruo literario, apareciera otro real, que vivía en la casa de al lado, y que llevaba a un niño de 8 años muerto en el maletero de su coche.