Naranja. Un fogonazo en la blancura inmaculada de la nieve. Despacio, pesadas, incomodas. Mujeres africanas, bellas, rotundas. Con sus vestidos estampados con luz de verano. Son una fotografía tomada en movimiento que se superpone sobre la realidad fija, monocolor.

Apenas pueden andar sobre el hielo, los gruesos calcetines no caben en las sandalias, los cuerpos constreñidos, incómodos, con capas de ropa de abrigo recién estrenada, que desentona, aburrida, sobre la algarabía de sus túnicas. Resaltan a su lado el negro lánguido de las abayas saudís, silenciosas, mostrando unos ojos maquilladamente esquivos. Un grupo de hindúes se fotografían ante la escultura del revólver anudado.

Sus saris parecen querer huir, vuelan, salvados por manos que disciplinan pliegues primorosamente sujetos. Dorado, curry, verde esmeralda. Se mueven sigilosas, como el frufrú de la seda, frente al algodón naif de las indígenas latinas, de risa tímida, con mirar humilde.

Tantas mujeres juntas, pinceladas moviéndose al ritmo de un solo acorde, caminando bajo las banderas de todos los países. Atravesando fronteras. Me pregunto cómo se nos verá desde arriba, e intuyo que, a vista de pájaro, seremos puntos de un óleo de Seurat. A lo largo de los días, reconocemos caras, estrechamos manos de gentes que vienen de muy lejos y que, pese a no haber pisado nunca la alfombra azul de la ONU, vienen a él batalladoras, con fuerza para hablar, escuchar, sin temer preguntar. A aprender.

Hablan de problemas y preocupaciones comunes, desoladoramente idénticos, aunque vividos, combatidos con desiguales perspectivas y herramientas. O simplemente observados, sin posibilidad de nada más que de pedir ayuda. Una mujer nigeriana narra secuestros, violaciones , torturas en su país. Veo sus manos crispadas y retiro mi auricular para sentirla, no entiendo ahora sus palabras, pero la escucho recordando el dolor caliente con que Billy Holiday cantaba desgarrándose «de los árboles del sur cuelga una fruta extraña. Sangre en las hojas, y sangre en la raíz». Nos miramos reconociendo el mismo sufrimiento, con la misma esperanza.