Hay voces que incitan a arremeter contra los Premios Godoy al peor cine, cuyo emblema es una naranja, nombre de la guerra que incorporó Olivenza a España. Estos premios parece que nacen paralelos y no sé si enfrentados a los Goya, que tan polémicos vuelven a ser, esta vez por una película y un director convertidos en las últimas víctimas, de momento, de la intransigencia, la manipulación y la propaganda.

Con el encomiable esfuerzo de algunos políticos, historiadores e intelectuales por revisar y estudiar la figura del pacense Manuel Godoy, hay también quienes apremian a defender un supuesto orgullo supuestamente ofendido por estos premios. Hace poco, algunas autoridades autonómicas se ofendieron por la película que Saura rodaba sobre Puerto Hurraco, supuestamente porque recrea una leyenda negra que no se supera ocultándola, sino en el diván del psicoanálisis del debate.

El cine hace su labor, criticable como todo, pero no se puede incitar a las víctimas del terrorismo contra quienes lo han condenado claramente, en venganza por su protesta contra la guerra. Este colectivo debería rechazar cualquier intento de manipulación que lo enfrente a la sociedad y promueva la censura. Y ¿Godoy?: informar a los promotores de los premios e invitarles a celebrarlos en Badajoz.