Permítanme que les presente a Ignatius J. Reilly, uno de los personajes novelescos más detestables de la historia de la literatura universal. Es un auténtico y adiposo imbécil, un moralista reaccionario, ególatra, grotesco, vanidoso crónico, narcisista, asocial, desequilibrado, obsesionado con un solo libro, «La consolación de la filosofía», de Severino Boecio, con los dibujos animados de Batman y con el retorno a la época medieval porque, sostiene, que, al desmoronarse, se han impuesto los dioses del caos, la demencia y el mal gusto, con una falta de geometría y teología que apabulla y la necesidad de su intervención como paso previo para el equilibrio y mejora del sistema. Se cree instalado en una superioridad moral, con una inteligencia indomable y exuberante que le da la oportunidad de salvar al mundo, uno de esos tipos que se definen más por lo que odian que por lo que aman y llega a sentenciar que «solo me relaciono con mis iguales y como no tengo iguales, no me relaciono con nadie». No cae bien a los demás, es la oposición a los otros. ¿Y quiénes son ellos, los otros? Los necios, los que no están a su altura, los que jamás podrán comprender su discurso que, por otro lado, es agotador como cansinos, repetitivos y obtusos sus planteamientos e ideas. Pero ahí está el tío, solo frente al mundo, solo con su inmensa sabiduría frente al resto de los mortales, unos desgraciados instalados en el desierto intelectual.

John Kennedy Toole escribió su novela a principios de los años sesenta, se suicidó en el 69 y no se publicó hasta 1980. Desde entonces, La conjura de los necios es una obra de culto, surrealista, cómica, enternecedora pero clarividente sobre esos personajes que creen estar en el mundo porque no somos capaces de interpretar nuestro destino y están llamados a guiarnos por el buen camino. Toole pilló su título de una frase de Jonathan Swift: «Cuando aparece un verdadero genio en el mundo, se le conocerá porque todos los necios se conjurarán contra él». Sin embargo, su sátira, su mensaje y su personaje ponen de manifiesto que nuestra sociedad ha creado ignatius, individuos que, tal vez rozando la genialidad, la han mal empleado en construirse una atalaya desde la que nos miran por encima del hombro y con cierta condescendencia. Necios que se creen genios.