Snoetry. De Snow y poetry. El locutor de la emisora WNYC inventa esa palabra para animar a los oyentes a enviar poemas sobre la nieve, en este día de tempestad en el que, recluidos, aguardan en casa, revisan las provisiones y preparan un buen desayuno para entretener el estómago y el alma. Inquietos miran hacia fuera, cada vez que las sirenas de los bomberos se superponen al ulular del viento golpeando el cristal. Cuesta imaginar una ciudad paralizada. Pero el tiempo se ha detenido. En una postal de Navidad ha quedado fijado, inmóvil, roto solo por el rachear de los copos, despaciosamente blandos. Caen esponjando la tierra, que parece suspirar para encogerse en el hueco exacto de su tamaño, acogiéndolos. Exponiendo su imagen perfecta, como un merengue sobre puntillas de papel, en el escaparate de una confitería. La radio acompaña, amable, como una manta sobre las rodillas. El cielo es blanco y traslucido y aún así, permite distinguir el humo que se dispersa, nada más salir de las chimeneas. A lo lejos corre un perro en el parque, y detrás camina hundiéndose su dueño. Cesa el aire por un momento y se escucha un silencio que empapa las pocas aristas que aun quedaban, diseñando un perfil suave. El agua hierve y silba para el té. Los periódicos de ayer se despliegan sobre la mesa, sabiéndose dignos de una nueva oportunidad, porque la tormenta también ralentiza su caducidad. Los bocados distraídos a un bagel acompasan el borrador de esta columna. Suspensa para contemplar el espacio y el sonido amortiguado de la nevada, que se muestra sin pudor, completamente desnuda. A un lado, tras las ventanas, anónimos contornos se atisban. Niños sin colegio juegan en las alfombras. Una mujer se ladea para hablar con alguien que, desde detrás, pasa el brazo por su cuello, como una bufanda. Cobijándola. Es temprano aun. Sube un olor a café que se cuela caliente y atempera el estremecimiento. Suena un jazz cadencioso, oscuro que tamiza la luz como detrás de una gasa de algodón. Me arrebujo en mi jersey viejo, grande y comienzo a escribir mientras se espesan las horas cayendo sobre mi, como un amoroso abrazo.