Podía haber sido en cualquier lugar del mundo pero le tocó a Nimes, Francia. Una representación extremeña en todas las disciplinas flamencas, y compañeros como una servidora devolviéndole al país vecino la apuesta por lo nuestro. Por cuarto año consecutivo volvíamos al Festival Flamenco de Nimes en su cuarto de siglo como altavoz de nuestra cultura. La historia en si, ya tenía arte. Vuelo desde Lisboa para los 'testigos' y vuelo desde Madrid para 'nuestros' artistas. Marsella, como punto de encuentro y tres desplazamientos para llegar una hora después a la ciudad que en su XXV aniversario como anfitriona ponía el acento francés al flamenco. Ellos, profesionales por su devoción al Patrimonio Inmaterial de la Humanidad desde el conocimiento, por su tesón; y profesionales por haber sabido reconocer que montar un espectáculo es cosa de entendidos en cada materia: periodistas al cargo de la comunicación externa e interna del Festival que a nuestra llegada esperaban para recibirnos repartiendo las credenciales, explicando el programa, resolviendo dudas y todo esto, pasadas las 21,00 horas con una semana a sus espaldas de rodaje del propio Festival. Conductores del Festival esforzándose por hablar nuestro idioma, documentación, kit de bienvenida..., ahí no había cantado nadie pero el aplauso era de aúpa.

El festival aporta compás y color a Nimes junto al granito de arena, al que ellos le dedican tiempo, dinero y mucho esfuerzo. Básicamente lo que necesitan el resto de encuentros como este. Llegar al hotel cruzarte con nuestros artistas extremeños 'en tierra extraña' y coincidir con una señora del cante como Mayte Martín convierte a un hotel de una cadena hotelera generalista, en un templo del cante. No por lo que se escucha, sino por lo que se espera. Llovía el primer día y no dejó de hacerlo en ningún momento, pero a pesar de la climatología, quisimos encontrar algo de vida natural de la ciudad que acoge nuestro cante y nuestro toreo como propio. Como España hace unos años cuando nos reconocíamos sin complejos. Un paseo bajo la lluvia, y reflexiones lapidarias como las que pude compartir con el guitarrista Ramón Amador: "el acompañamiento es mas del 50% de un espectáculo, tenlo claro. Si estás solo y lo tienes que llevar solo tú al final acabas agotado y rendido frente al público. Hay que ser generoso". Para comprender todo lo que aguarda el comentario recordarles que el apellido 'Amador' no es una coincidencia con los genios de la guitarra y la percusión. Y es que las vivencias, el aprendizaje y la enjundia está en el que vivió por y para el flamenco, y la obligación y la devoción como la que siente la que les escribe, es transmitir que los kilómetros merecen la pena aunque ya se adivine la letra, el estilo, y el camino del artista que se arranca. En el flamenco como en la vida ningún día es igual al otro, por eso merece la pena seguir con los ojos y los oídos bien abiertos a lo que pueda ocurrir incluso una vez que se echa el telón.

Contra viento y marea

El año pasado Extremadura fue protagonista y recibida 'a puerta gayola' en el Teatro Bernadette Lafont, el Teatro principal de Nimes. Presentábamos un Homenaje al Porrina de Badajoz con la presencia de los herederos del apellido y el arte, pero este año ha sido diferente. 'Flamencas de Extremadura, por derecho' se presentó ante el público en el Teatro Odéon, una sala alternativa al Teatro de Nimes puesta a disposición para este Festival que acoge a 300 almas. 500 aficionados menos del público que el año pasado pudo disfrutar del Homenaje a Porrina que sí se presentó en el principal con capacidad para 800 personas. El hecho de que este año se produjera este cambio tan significativo recae en la decisión del propio Festival, que consideró que un espectáculo de estas características debía presentarse "en comunión con el público". Como nos aseguraba Patrick Bellito, consejero artístico para el flamenco: "los artistas no han ido al Odéon por problemas logísticos o de recortes del propio Festival, no existe ninguna polémica. Ha sido una decisión nuestra, y es que allí hay una energía, un encuentro musical especial entre el público y los artistas".

A las 22:00 arrancaba nuestra tierra por nanas, soleá apolá, siguiriyas, bulerías..., y nuestros jaleos, ¡como no!, pero antes pudimos disfrutar de otro gran espectáculo: 'Por los muertos del cante' de Mayte Martín. Un recuerdo a los artistas que forjaron su memoria cantaora, y un homenaje a los que sin tener relación con el flamenco "la educaron en la sensibilidad del arte", como nos aseguró antes de comenzar su espectáculo. Arrancó con los 'Campanilleros' de la Niña de la Puebla, y cerró con unas sevillanas de Pareja Obregón que dejaron de ser folclore en su garganta y en su porte. Ejecución quirúrgica de la catalana en todos los cantes para un espectáculo que aguarda más hondo, más sentimiento e innovación entre esa apertura y ese cierre escogido sin complejos. Tras Mayte Martín, la representación extremeña en apenas 300 metros de distancia en el Teatro alternativo. Un paseo por la ciudad, para comprobar que en realidad la distancia estaba dentro.

La sala en sí, dista mucho de la majestuosidad del teatro de Nimes pero nos agarramos a las palabras de Patrick Bellito que apostaba porque el 'calor' y cercanía se convirtieran en un 'plus' para un espectáculo tan generoso como 'el nuestro'. Y es verdad que así fue, pero por la gallardía 'de los nuestros' que salvaron los muebles frente a un sonido defectuoso, cambiante, que jugó en contra de un espectáculo que gracias a la mano artística, generosa y gratuita de Jesús Ortega brilló aún más de lo que lo hizo, gracias a la garganta de la doctora en flamenco dentro y fuera del escenario Raquel Cantero, Celia Romero, el toque de las guitarras de Ramón Amador y Francis Pinto, acompañados de la fuerza de Inma Rivero en el cante atrás, las palmas de Pilar Garcia y Miriam Cantero, y la soberbia actuación de la bailaora Zaira Santos.

La iluminación no acompañó la salida al escenario de Celia Romero en su granaína y media abandolá. El sonido, según los propios artistas era inexistente dentro del escenario, cambiante en los laterales y caprichoso en el centro. Bien es cierto que en la primera fila donde nos encontrábamos la guitarra Ramón Amador sonaba un poco mejor, mientras que la de Francis Pinto se ahogaba a pesar del buen hacer del artista y su malestar con todo lo que estaba ocurriendo que aguantó estoicamente en el escenario. De su esfuerzo, da buena cuenta las uñas destrozadas al día siguiente del artista, y las muñecas hinchadas de Miriam Cantero y Pilar Garcia que tuvieron que suplir con su compás, el problema técnico.

A pesar de todo, triunfamos, y para mayor tranquilidad, la presencia extremeña queda confirmada para el próximo año tal como aseguraba el director general de Promoción Cultural tras la reunión preparatoria celebrada durante el Festival. Seguiría así adelante, el convenio firmado por el presidente Guillermo Fernández Vara durante el anterior gobierno. "Nosotros lo que hemos hecho ha sido materializar ese protocolo" aseguraba Agúndez. "Los anteriores responsables y nosotros actualmente, entendemos que el Festival de Nimes es un estupendo escaparate para Extremadura. El convenio, bianual, terminó en el 2013 y se ha venido prorrogando. Ahora volveremos a firmar uno nuevo porque hay voluntad tanto del teatro como del gobierno para continuar".

Salimos por la puerta, un poco más pequeña del Teatro Odéon pero por la grande de la satisfacción del deber cumplido. Lo hicimos porque la calidad de nuestros artistas está muy por encima de los inconvenientes, de la poca celeridad de nuestra burocracia, de la falta de coordinación previa y necesaria de todos ante un espectáculo de estas características y porque tenemos, muchas veces, lo que no nos merecemos cuando somos testigos del poco mimo y cuidado con el que tratamos en ocasiones, a los que con su arte, sí nos representan.

Salimos de Nimes con la promesa verbal de la vuelta el próximo año, de un protocolo formal entre Junta de Extremadura y el Festival, pero sobre todo con la certeza de que en el flamenco, lo nuestro abre puertas y ventanas a una región con identidad suficiente para hacer las cosas un poco mejor. Aunque a veces, todos, se apunten a nuestros cantes como si fuera un bombardeo.