Pocas efemérides están tan asentadas como la celebración el 8 de marzo del Día Internacional de la Mujer, que en el camino perdió el calificativo de Trabajadora. Excluyendo Nochebuena, Nochevieja, Año Nuevo y el Día de Reyes, el 8 de marzo es un día que ya no necesita reseña en el calendario, porque su dedicatoria está asimilada y es ampliamente conocida, tanto o más que el 14 de febrero, Día de los Enamorados.

Como aquellos que desprecian dedicar una fecha al amor porque se tiene que demostrar todos los días, yo y muchas mujeres no sentimos la necesidad de que haya un día al año en el que se nos recuerde que somos iguales a los hombres, que tenemos los mismos derechos y pensamos que la violencia es reprobable por ser violencia, no por el género. Como aquellos que pregonan que el amor debe cuidarse cada día, desde que uno se levanta hasta que se despierta a la mañana siguiente, las mujeres necesitamos ser tratadas siempre como personas iguales. Iguales a los hombres y entre nosotras y contar con todos los medios para desarrollarnos personal, profesional, sentimental, familiar y socialmente. No estoy a favor de las discriminaciones positivas, ni de que se reserve un porcentaje femenino mínimo en los consejos de gobierno. Tenemos nombre y apellidos, experiencia vital, trayectoria profesional y formación para labrarnos nuestro propio futuro. Eso sí, sin que se nos pongan piedras ni cortapisas en el camino por el complicado y fascinante hecho de ser mujeres. No necesitamos lazos en la solapa, ni manifiestos, ni carreras, ni exposiciones sobre el papel de la mujer en la ciencia para saber quiénes somos y qué derechos tenemos.

Celebraré el día de la mujer cuando exista una verdadera y cierta conciliación familiar. Cuando para ascender no haya que hacer horas extras. Cuando las empresas faciliten a las madres y a los padres disponer de tiempo sin escatimos para atender a sus hijos y a sus progenitores enfermos, para asistir a las fiestas en el colegio, acudir a una tutoría en el instituto o a una cita médica. Será nuestro día cuando no tengamos que regresar al puesto de trabajo con los pechos rebosantes obligadas a dejar de amamantar, cuando haya más opciones que dejar a los niños al cuidado de extraños con apenas cuatro meses de vida, invalidando el proceso con el que la naturaleza dotó nuestros cuerpos.

Será nuestro día cuando no se nos mida por lo que llevamos puesto en lugar de por lo que pensamos, defendemos, decidimos o decimos. Será nuestro día cuando se nos permita la libertad de cuidar nuestro aspecto exterior sin que por ello se nos trate de superficiales. Cuando dejemos de ser floreros en las visitas oficiales. Cuando nuestra promiscuidad forme parte de nuestra esfera estrictamente privada. Será nuestro día cuando las agresiones no se midan por el sexo de quienes las cometen ni de quienes las sufren, sino por atentar contra la vida humana. Será nuestro día cuando afeminado no sea un descalificativo y cuando se nos trate con igualdad desde la diferencia.

Será nuestro día cuando haya tantos enfermeros como médicos, tantas pintoras al óleo como escultoras del metal, amos de casa por opción de vida y no forzados por el desempleo, cuando los sillones junto a las camas de la madre enferma las ocupen hijos y yernos, hijas y nueras, cuando en los discursos el masculino plural incluya al femenino, cuando las maquinillas de afeitar rosas cuesten lo mismo que las azules, cuando las compresas y los tampones no lleven IVA y cuando inventen el parto sin dolor. Ese día, saldremos a celebrarlo.