Los nombres de los hijos desvelan el perfil psicológico de los hogares. Son la radiografía onomástica de las familias. No es difícil deducir de ellos la ideología, el nivel cultural, el origen y hasta el ámbito en el que se encuadra la profesión de cada cual. Los aires de grandeza y la fantasía farandulera cristalizan en nombres olímpicos como Zeus y Tais , tan caros a nuestra Sara . El panteón griego (perdonen la redundancia) da para mucho. En realidad, como fueron los griegos los que inventaron la democracia, al final consiguieron popularizar hasta el nombre de dios (o de los dioses). De ahí vienen los Teodoros, los Teodulfos, los Teofrastos o los Teófilos. La democracia helena dio tan buenos resultados, que, al final, un príncipe heredero puede tener un nombre tan prosaico como "amigo de los caballos", que es lo que significa Felipe , como ustedes saben.

La onomástica hispana permanece sin renovar desde que nuestra lengua se guisó en la fecunda olla griega y latina, con ingredientes hebreos, godos y árabes, sobre todo, aunque también tenemos perejiles germánicos, francos e italianos. Dentro del ámbito de nuestra lengua, los únicos que han introducido novedad son los países del otro lado del Atlántico. Cuba, Venezuela, Colombia y otras naciones hispanas de América han hecho aportaciones tan relevantes a la renovación de nuestra onomástica como Florisdeisis.

En cambio, hay familias empeñadas en no aportar nada nuevo y ponen a sus hijos nombres históricos, por no decir prehistóricos, que están bien por separado, pero que juntos denotan un perfil psicológico de lo más rancio. Es el caso de los cuatro nietos de Aznar , a quienes sus papás han bautizado como Alejandro, Rodrigo, Pelayo y Alonso . Si leemos estos nombres en clave guerrera --las virtudes por las que destacaron sus homónimos de origen son de lo más violentas--, es para preocuparse. Dentro de la onomástica tradicional hay multitud de nombres de santos, de ascetas, de artistas o de creadores, donde escoger sin marcar a un chiquillo para toda la vida, es decir, uniendo a su persona un nombre benigno e inofensivo, en lugar de esos nombres temibles que, como digo, están muy bien por separado, pero que asustan cuando una familia asume su antología completa en la cabeza de sus hijos. Ana y Alejandro van ya por su cuarto hijo. A este paso van a necesitar la lista completa de los reyes godos.