Esta semana pude compartir una agradable comida en Badajoz con un grupo de amigos portugueses. Todos reconocidos amantes y conocedores de nuestro país y, por supuesto, de Extremadura. Alguno, incluso, con su vida hecha aquí desde hace muchos años. Pero todos también orgullosos de ser portugueses. Muy orgullosos.

Me llamó la atención el sentimiento tan admirable de defensa de todo lo que hoy supone Portugal. Su lengua, decían, con la plasticidad suficiente para entender y hablar otros idiomas; la capacidad demostrada para remontar económicamente el país y ¡hasta defendían a sus actuales representantes políticos! Y ya es difícil estar de acuerdo con los que gobiernan y menos si no son de tu cuerda, como era el caso.

El llamado «milagro portugués». Está claro. Hasta el festival de Eurovisión tenía que celebrarse en Lisboa. Y que conste que lo único que conozco es que ganó algo parecido al sonido de los corrales de mi infancia. Pero la promoción y los beneficios económicos que Eurovisión proporciona al país que lo acoge son indiscutibles.

Y así, entre risas y una excelente comida, la pregunta era inevitable. ¿Cómo lo han hecho? La respuesta la tenían clara: el orgullo portugués. Un orgullo histórico.

Justo lo que nos falta a nosotros. En Extremadura conmemoramos estos días el 35 aniversario de las instituciones que dieron lugar a nuestra Autonomía. Celebraciones que coinciden con el momento más difícil del desarrollo del Estado autonómico. De hecho cada vez son más las voces que apuestan por un mayor centralismo. Pero en estos días habría que preguntarse qué hubiera sido de Extremadura sin su desarrollo autonómico.

Claro que habrá que mejorar nuestro modelo de Estado y seguir corrigiendo desequilibrios, pero sobre todo nos falta el orgullo de reconocer todos los avances conseguidos, creérnoslo y proclamarlo a los cuatro vientos. Como hacen nuestros vecinos portugueses.