Badajoz es la ciudad de los disparates. Y de los sabios. Amigos y enemigos de Badajoz han salido en tromba para defenderla y amarla hasta la muerte. La omnisciencia en general y los profundos conocimientos jurídicos, históricos y urbanísticos en particular han situado a algunos en el centro de la noticia mientras que otros ni siquiera tienen derecho a discrepar. Lo que dice un tribunal va a misa. No obstante, resulta cuestionable cuando no demagógico que sean, precisamente, quienes no suelen poner tanto afán por respetar las sentencias judiciales cuando son ellos o sus correligionarios los afectados, los que ahora se empeñen en adoctrinar.

El caso es que los disparates se suceden. Vale, aceptamos pulpo como animal de compañía. O sea, que la sentencia existe, por mucho que, triste pena la nuestra, un tribunal que igual no sabe situar a Badajoz en el mapa acabe por dirigir los destinos de la ciudad, históricamente y en exceso, conformista. La victoria segura está ahí. Pero, después, ¿por qué el afán, la obsesión, el empecinamiento? Es como buscar la foto del cazador con la cornamenta del ciervo abatido. Ganar es insuficiente. Humillar es la meta. Pero no humillan los poderosos sino los pusilánimes, los que no son capaces de indultar un mal para evitar una catástrofe. Y la ciudad, asistiendo atónita al hecho de que tres estén contra cinco, o treinta quieran doblegar a cinco mil, o tres mil no tengan más meta que derribar a cincuenta mil. Es la secuencia del disparate: derribar, derribar, derribar, a pesar de todo, contra todos, derribar mañana mejor que hoy, derribar un edificio en uso. ¿Desde cuándo todas las sentencias son justas? ¿Desde cuándo un Estado de Derecho no permite que se lleven hasta los últimos extremos los procesos judiciales? ¿Puede el fin justificar los medios? "No sé si se ha pagado un rescate por el Alakrana , pero lo importante es que se ha resuelto, sea cual sea el medio". Esto lo dice el presidente del Tribunal Supremo.

La cuestión es que en el peor (o mejor, según se mire) de los casos esto podría acabar en una increíble indemnización para el demandante. Otro disparate. ¿Y si todo es producto de nuestra imaginación, una gran confusión? Porque cubo, lo que se dice cubo, allí no hay ningún cubo. Lo que hay es un ortoedro que la inmensa mayoría de la ciudad desea preservar.