TNto me sorprende que casi el setenta por ciento de los españoles vea mal la economía según el último barómetro del CIS, pero me pregunto quién compondrá el treinta por ciento restante y por qué no tienen esa percepción. Deben de ser personas que viven ajenas a lo que ocurre a su alrededor, que ni oyen la radio, ni ven la televisión, ni leen la prensa, ni tienen familia ni amigos que estén pasando dificultades; personas que viven de importantes rentas o tienen un trabajo que creen indestructible.

Cuando leí este dato del barómetro hubiera querido charlar con alguien de ese treinta por ciento para que me transmitiera su confianza y me explicara las razones de su certidumbre. Ya que todo mi entorno forma parte del setenta por ciento que ve las cosas mal, me hubiera gustado poder hablar con los otros para elevarme sobre los árboles a fin de ver el bosque, pero no pude contactar con ninguno. A todo al que inquiría resultaba ser de los pesimistas y me preguntaba dónde podría encontrar a esa optimista minoría. Tras darle vueltas al asunto concluí que no podía dar con ellos aunque me empeñara; debían de ser ciudadanos solitarios encerrados en su capullo, aislados, sordos y ciegos, almas sin piel para notar el roce de otras almas; debían de ser seres fantasmales, espíritus habitando el límite de nuestro mundo. Gentes que solo se materializan en los estudios de CIS o en barómetros varios; entes escondidos en el universo matemático, mundo paralelo de felicidad virtual, espacio porcentual que solo existe en la Estadística. Eso, o alienígenas que viven entre nosotros revestidos de piel humana, pero fría como la de los lagartos de la vieja serie V .

En ese caso habrá que descubrirlos.

¿Quiénes serán los otros?