Pongo a Dios por testigo que en plena feria de San Juan lo único que me pide el cuerpo es escribir de aquellos tiempos cuando el circo ruso en la Memoria de Menacho o el Circo Mundial de nuestro paisano, la tómbola de la muñeca chochona o el perrito piloto, el teatro chino de Manolita Chen, las revistas en el López de Ayala y, por supuesto, el Ferial al borde del abismo o, lo que es lo mismo, junto a esa estación eléctrica que quiso nuestro buen Dios que nunca provocara una catástrofe. Pero, manda la actualidad, llena de revoluciones, contradicciones y revolcones y ver la foto de Pedro Sánchez distribuida por el gurú perfecto dentro del avión presdidencial, despachando con un asesor y con las gafas de sol puestas y pensar en esta España llena, una vez más, de incoherencias y varas de medir a tutiplén. Aquellos que quieren ver pudrirse en la cárcel al cuñado del Rey -sí, yo también he caído en la trampa de nombrarlo así por aquello del efecto mediático- son los mismitos que están en contra de la prisión permanente revisable; aquellos que alaban, honran y ensalzan, incluso en páginas de periódicos importantes, al juez discrepante en el tribunal de la Gürtel, son los mismitos que desprecian con odio cerval al juez discrepante en el asunto de «La manada» y, ya que estamos, aquellos que se rasgan las vestiduras por los acontecimientos provocados por esta sentencia son, probablemente, los mismitos que, desde una progresía mal entendida, promovieron y aprobaron en el pasado -y en ello siguen- la laxitud de un código penal y posteriores revisiones e interpretaciones donde, prácticamente, se viene a penalizar a las víctimas, siendo la abolición de la llamada «doctrina Parot» y otras basuras relacionadas con la inserción social de los delincuentes, sus ejemplos más conocidos por poco fiables y que no han contribuido más que a generar aún mayor alarma social. En un país de paradojas tan evidentes, resulta enternecedor comprobar cómo algunos que ayer se indignaban por el incendio de trenes en Extremadura, hoy ni piensan en manifestaciones u otros que maldecían a asesores presidenciales, hoy llaman, genuflexos, a sus puertas, como si aquí no hubiera pasado nada. Y es que la culpa de todo la sigue teniendo Rajoy, por renunciar a sus privilegios y regresar a su puesto de trabajo.