Lo veo todas las mañanas, o al menos eso me parece porque se me unen los días y las semanas y todo acaba siendo una misma unidad de tiempo; pero a lo que iba, todas las mañanas lo veo paseando despacioso, dejando transcurrir los minutos, por el ancho acerado frente a la catedral. Manos a la espalda agarrando una gastada cartera de piel marrón. Es un personaje de Badajoz, conocido por todos, bueno, por todos no, que ya hay generaciones que es posible no hayan oído hablar de él, así de cruel es el tiempo, que somos lo que somos durante el transcurrir de unos años que es tan solo un instante en la historia de una ciudad y los personajes que la habitan. Retomo porque de nuevo me pierdo.

Pequeña cartera, tamaño cuartilla. En ella guarda, creo recordar ya un día la abrió al pararme dispuesta a la charla, algún recorte de periódico y otros documentos que recogen retazos de su vida. Supongo que, hombre puntual y acostumbrado a levantarse temprano, espera el momento exacto de entrar en el templo para hacer lo que quehacer tenga en el interior de los muros. Mientras tanto pasea, disfrutando del aire libre que siempre ha sido lo suyo.

Madrugador, amante de espacios abiertos y con tareas que realizar en la catedral. Si usted es más o menos de mi edad o más, es decir, si nació como mínimo en los cincuenta, habrá averiguado de quién hablo. Por si acaso, y como nueva pista, le diré que unos ribetes rojos orlan la sotana que viste. Efectivamente. Don Apolonio es el personaje que pasea, haciendo tiempo.

¿Sigue yendo de caza? Poco, poco, hay pocas piezas. Yo me marcho y el cura Apolonio sigue, manos y cartera a la espalda.

A quienes nos preceden --a usted y a mí querido lector compañero de nacimiento-- les contaré que este cura de larga vestimenta, decía muy temprano los domingos --creo, la memoria me flaquea-- una misa a la que los cazadores acudían y, la leyenda de la ciudad cuenta que, cartuchos depositaban los fieles cuando el cestillo pasaba.

Todas las mañanas lo veo, despacioso, dejando transcurrir el tiempo.