Quizá los que observan desde fuera las tradiciones populares que movilizan a grandes masas de gente entusiasta, no compartan su importancia. Pero para quienes de forma altruista llevan años dedicando su tiempo libre y el que no tienen a sacar adelante manifestaciones culturales que implican a cientos de personas, cargados de responsabilidad por los posibles fallos que se exponen a la crítica, obtener un premio, un reconocimiento nacional que sirva de testimonio del enorme valor e impagable compromiso, es como el primer trago de una cerveza helada al terminar un medio maratón.

Esta reflexión viene a cuento porque esta semana la Pasión Viviente de Oliva de la Frontera ha obtenido la declaración de Fiesta de Interés Turístico Nacional, que concede la Secretaría de Estado de Turismo del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo. En Extremadura «sólo» hay 10 fiestas que ostenten este título. Por mencionar alguna, sin ánimo de comparar, porque no se puede ni sería justo, de Interés Nacional son la Semana Santa de Jerez de los Caballeros, localidad cercana a Oliva, o el Carnaval de Badajoz. De todas las representaciones teatrales que se celebran en el territorio nacional en Semana Santa, sólo la de Castro Urdiales, en Cantabria, ha merecido este reconocimiento. Y ahora la de Oliva.

Orgullosos no, lo siguiente, se tienen que sentir mis paisanos por haber conseguido superar la barrera generacional y, con ello, no solo mantener sino acrecentar una fiesta relativamente moderna, pues existe desde hace 42 años. Tanto entusiasmo, tanta responsabilidad y tanto empeño ponen en que todo salga bien y en superarse año tras año, que este título constata y muestra al resto del país que en este rincón del extremo suroeste de Extremadura, donde nunca llegó el tren y por el que jamás pasará el AVE, hay medio millar de vecinos (prácticamente el 10% de la población de este municipio) que dedican muchos meses del año a poner en marcha una actividad de la que no obtienen más recompensa que el aplauso de los visitantes y la satisfacción personal de conseguir que su pueblo cobre protagonismo tres días al año. Que no son todos los que dura su trabajo. La Pasión Viviente no se limita a tres días de Semana Santa (las representaciones tienen lugar el Domingo de Ramos y el Jueves y el Viernes Santo). Para formar e implicar a la cantera, días antes se pone en escena la Pasión Viviente infantil y a lo largo del año se organizan actividades en torno a una fiesta que identifica a la localidad.

Además están los preparativos. En Oliva, a partir de la Navidad e incluso antes, muchos hombres empiezan a dejarse la barba. Tiene que estar suficientemente crecida para que en marzo o abril ya puedan dar el pego como habitantes de Jerusalén en el siglo I, sin artificios. Los oliveros se lo toman muy en serio. El pueblo goza del privilegio de contar con escenarios naturales que requieren poco decorado para contextualizar la representación. Hay vecinos que decoran sus fachadas con telas y mantas en los balcones para que el entorno del relato sea más creíble. La escenificación está abierta a la participación de todos aquellos que quieran formar parte del pueblo como figurantes. Eso sí, no de cualquier manera. Los tejidos, diseños y colores de las ropas deben ser los apropiados, nada de llevar relojes, joyas o calzados que puedan resultar anacrónicos y a las mujeres se les aconseja (exige, más bien) ir con el cabello cubierto. En Oliva de la Frontera la Pasión se vive realmente y a partir de ahora, muchos más lo comprobarán.